Page 35 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Seguía sonando a estafa, ese baño parecía el laboratorio donde se cultivan todas

               las enfermedades del mundo. Debía de haber hongos venenosos colgando del
               techo y el aroma a caño se percibía a una cuadra de distancia.

               Me iba a negar, pero en realidad me moría por saber cómo se hizo la fumigación

               del fantasma, si pudieron recuperar lo que se había robado, y lo más importante:
               si podía mi tío regalarme a Leopoldo para llevarlo a la escuela.

               Acepté solo por esa ocasión, aunque fijé mis condiciones: quería un equipo de

               limpieza profesional, es decir botas, guantes y cucarachicida, además de
               impermeable pues no deseaba hacer contacto directo con la mugre.

               Mi tío accedió y después de escarbar en un gabinete sacó un pesado traje de

               buzo con todo y escafandra. Al principio me pareció ridículo, pero al final el
               traje me sirvió mucho. Después de medírmelo recé y entré a ese nido de
               enfermedades que mi tío llamaba “la ducha”. Creo que si me hubiera topado con
               el monstruo del Lago Ness ni siquiera habría pestañeado pues la tina guardaba
               cosas tan inverosímiles como un estuche completo de raquetas de squash, una
               bolsa con pelucas de cabello natural, dos jarrones chinos de la dinastía Ming,
               una silla de montar, un salvavidas original del Titanic, una dentadura artificial
               con perlas engastadas en lugar de colmillos y muchísima mugre. Al mismo
               tiempo, mi tío Chema me obligaba a apuntar todo en una libretita para llevar el
               inventario.


               Al final, como a las dos de la tarde, el baño quedó tan reluciente que se podía
               servir una ensalada directamente en el escusado, aunque a mí se me quitó el
               apetito por el resto de la semana. Nunca había trabajado tanto. Merecía más que
               un cuento, una medalla, un diploma, el reconocimiento mundial de Greenpeace
               por haber limpiado el planeta de tanto cochambre.


               Mi tío quedó satisfecho con el resultado, y yo, exhausto me desparramé sobre
               unos apestosos cojines que había en la sala, al menos ahora iba a escuchar el
               final de la historia.


               —Gracias Tito, ya cumpliste y ahora me toca a mí.


               Entonces retomó la historia con esa voz lúgubre que podía convertir en escarcha
               la sangre de las venas.
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