Page 39 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Fui al comedor para buscar una silla. Tardé menos de dos minutos pero cuando
volví encontré a la mujer tendida en el suelo, temblando; en la mano empuñaba
unas campanillas mientras que en el espejo Leopoldo bufaba, repartía puñetazos
y con las uñas raspaba la superficie causando un chirrido espantoso. Jamás lo
había visto así, su rostro también era diferente, como el de un hombre vivo.
—¿Qué sucedió? —pregunté con horror.
—Lo saqué del hechizo de obediencia —explicó la mujer—, ya no es un
espectromex… Luego me reconoció y está algo molesto.
La superficie del espejo volvió a vibrar peligrosamente.
—¿Se conocían de antes?
No había tiempo para explicaciones. La mujer se acercó con mucho cuidado y
Leopoldo se le arrojó encima. Grité de miedo, pero el fantasma se quedó
atrapado en el velo de novia y regresó hasta el fondo del reflejo.
—A mí tampoco me da gusto volverte a ver —le dijo la mujer—. Te desperté
para que devuelvas todo lo que has robado.
El fantasma sonrió burlón y le mostró una llavecita de cobre. Luego se la metió
por un agujero de la nariz, hasta el fondo.
—Supuse que no aceptarías el camino fácil —suspiró la mujer—, acabas de
ganarte un lavado de narices y conozco a alguien que lo hará con mucho gusto.
La mujer se hurgó entre la blusa, llevaba al cuello un pequeño guaje que abrió y
brotó un fantasmita diminuto, un niño brumoso y delgado… Me sorprendí, ¿pues
cuántos espectros guardaba la mujer?
—Necesito que me ayudes con un lavado de narices —le dijo la mujer al
pequeño fantasma.
El fantasmita, muy obediente, levantó la esquina del velo de la fantasmera y se
zambulló en el espejo.
Nunca había visto luchar a dos fantasmas, fue fenomenal. Los cuerpos de éter al
hacer contacto lanzaron violentos chisporroteos púrpuras. La mujer me aconsejó