Page 44 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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Salió corriendo y del puro susto se puso blanca a pesar del tizne negro. Al día

               siguiente ya todo el pueblo conocía la historia y se tejía un puñado de
               suposiciones.

               La verdad es que el fantasma que vio Edmunda era una mujer traslúcida vestida

               con una sencilla túnica, pero al pasar de boca en boca, cada quien le fue
               agregando un adorno y al final se aseguraba que era el espectro de Carlota la
               desdichada exemperatriz de México, pero vestida con el traje de gala de
               Moctezuma, con todo y penacho.


               Otros no creían en la historia del fantasma, pues la testigo, o sea Inmunda Pérez,
               era menos confiable que un guajolote en vísperas de año nuevo. Según Fausto, el
               panadero, se trataba del mismo fantasma de siempre, el único que había en el
               pueblo: Eutimio Arizpe, un espectro bigotón y tuerto, que se dejaba ver en el
               pozo cercano a las minas abandonadas.


               De cualquier modo, para la noche siguiente gran parte del pueblo fue a la noria y
               hasta llevaron sillas como si fueran a una función de zarzuela y no a una
               aparición espectral. Entre los asistentes estaba Edmunda, en primera fila, y es
               que por primera vez en su vida tenía cierta importancia, a cada rato le pedían que
               platicara su historia. Sus padres, pensando que podían conseguirle prometido
               para cuando creciera, le hicieron un peinado de trenzas.


               La gente esperó un buen rato y cuando ya se estaban desesperando, a la
               medianoche, brotó del río una espesa neblina que tomó la figura de una mujer
               menudita. Para ser sinceros su aspecto no tenía gran chiste, aunque su
               consistencia transparente la delataba como fantasma.


               Muchas mujeres gritaron, incluso la viuda Valderrama se desmayó. Más valiente
               se portó don Toribio, el carnicero, que mandó traer su escopeta, tres cuchillos y
               dos ratoneras; pero la fantasma no atacó a nadie, flotó muy quietecita en su
               lugar, y después de unos cinco minutos tomó las puntas de su túnica y la
               extendió como si fuera una bandera. En el ropaje estaba escrito lo siguiente:






                                      22 de diciembre, medianoche, aquí mero.
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