Page 45 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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La aparición lanzó un ahogado gemido y segundos después volvió a sumergirse

               en el río. A todos les recorrió un escalofrío de la nuca a la rabadilla. Faltaban seis
               días exactos para el 22 de diciembre.

               La gente se puso muy mal, vivían más tensión de la que estaban acostumbrados

               a soportar. Fausto, el panadero, enfermó de los nervios y no podía amasar ni un
               bolillo; a la viuda Valderrama le entró una fiebre mística y rezaba hasta al
               limpiarse las orejas. Los más valientes volvieron las siguientes noches para ver
               si le podían sacar otra pista al fantasma, pero fue inútil, el espectro no se dignó a
               aparecer. Nadie volvió a interrogar a Edmunda, y no encontró prometido, su
               historia ya no era novedad, ahora todos eran testigos.


               Finalmente llegó el 22 de diciembre. Lo normal sería que nadie se presentara en
               la noria del río, pero la gente de Rincón de Garnica era bastante curiosa y fueron
               a ver qué les tenía preparado el fantasma, pues bien dicen que gratis hasta las
               puñaladas saben.


               Extrañamente esa noche no hubo fantasma. Dieron las doce y el único sonido
               eran los rezos de las mujeres y la corriente del río. De pronto, unos minutos más
               tarde, y cuando ya estaban por irse, se escuchó un ruido de caballos. La gente se
               asustó en verdad, pensaron que sería la carreta de la calaca y cada quien repasó
               la lista de sus pecados por si fuese el fin del mundo y tuvieran que rendir
               cuentas.


               De entre el follaje salió un carromato adornado con vivísimos colores, como los
               de los circos, con grandes listones, banderines y cascabeles. Todos oyeron una
               animada música de organillo. Definitivamente no parecía propio del coche de la
               muerte.


               El carromato se detuvo y del interior salió un hombre muy elegante,
               perfectamente acicalado, que mostraba una colosal sonrisa propia de los
               vendedores. Estaba flanqueado por el conductor, un hombrecillo tan fornido que
               parecía más ancho que alto, y al otro lado, estaba la mujer espectral flotando con
               gesto indiferente.


               —¡Véalos, llévelos, baratos! ¡Compre hoy y pague mañana! —gritó el hombre
               —. ¡No se quede sin el suyo, estamos ofreciendo la mejor calidad! Llévelos de
               regalo o para uso personal, son útiles y recreativos.


               No era necesario ser genio para darse cuenta de que aquella era una tienda
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