Page 38 - Fantasmas, espectros y otros trapos sucios
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la verdad es que ya me estaba colmando la paciencia. Entonces Leopoldo hizo

               algo extrañísimo.

               El fantasma cruzó el espejo como si se tratara de un estanque de agua. Al llegar
               del otro lado tomó el reflejo de la mujer, estuvo revisándolo durante un momento

               y con la aguja le rasgó un borde, a la altura del oído izquierdo; entonces
               comenzó a jalar una especie de hilo fino y el reflejo de la mujer se destejió.
               Leopoldo empezó a hacer pequeñas madejas que metió en el maletín.


               —¡Perfecto! —Sonrió la mujer, introdujo la mano en su costal y sacó una tela
               sucísima que arrojó sobre el espejo.

               —¿Qué es? —pregunté curioso.


               —Es el velo de una novia que plantaron el día de la boda —explicó—. Todo el
               mundo sabe que si cubres un espejo con él, atraparás al fantasma que está al otro
               lado… Por cierto, ¿rompiste los demás espejos de tu casa?


               —¡Pero no me dijo que lo hiciera!


               —¿Y qué estás esperando? Los fantasmas los usan como atajos para atravesar
               una casa de un extremo a otro. ¡Date prisa antes de que escape! Corrí a toda
               velocidad rompiendo los espejos. Hice añicos el enorme tocador de la recámara
               de mis padres, el espejo ovalado de mi habitación, el de marco dorado del
               pasillo. Al mismo tiempo que yo, Leopoldo corría buscando algún espejo para

               salir; pero no lo consiguió pues estrellé hasta el espejo portátil del bolso de mi
               madre. Agotado, regresé a la sala. Dentro de la fantasmera, Leopoldo daba
               vueltas confundido.


               —No podrá salir —aseguró la mujer satisfecha—; pero no lo veas de frente.
               Podría hacerle algo a tu reflejo y enfermarás.


               —¿Y usted… está bien?

               El reflejo de la mujer estaba seriamente dañado, Leopoldo había conseguido
               destejer parte de la cabeza y un brazo. Del lado real, la mujer estaba

               tremendamente pálida.

               —Solo tráeme una silla —me pidió—. Necesito fuerzas para lo que sigue.
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