Page 91 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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por las cosas que deben ser iguales como lo no extraño, tú también serías rara.


               —¿Y eso por qué?


               —Porque las niñas que no son extrañas, según consideraciones bastante
               limitadas, deberían tener el pelo largo, y tú lo llevas muy corto.


               —Mi mamá también lo lleva corto, y por eso yo me lo corté, porque ella lloró al
               cortarlo y dijo que ya no se sentía bonita, pero lo sigue siendo, y mucho, así que
               para demostrarle que el largo del pelo no tiene nada que ver, yo también me lo
               corté.


               —¿Ya ves como ser distinto a los demás no es extraño?


               La niña no dejaba de escrutarme con sus grandes ojos y sonrió tras un momento
               de reflexión, para decir finalmente:


               —Tienes razón, señor verde, no es raro tener la piel del color del agua clara de la
               Laguna de la Eterna Juventud. Me disculpo por haber sido prejuiciosa al
               respecto. En verdad lo siento.


               Esto último lo dijo haciendo una elegante reverencia que, junto con aquella
               respuesta, dejaba claro que esa niña no era una niña cualquiera del Mundo de
               los Cuentos de Hadas. Parecía haber recibido instrucción protocolaria, como la
               que se da a los nobles o a la realeza. Y si además se encontraba en el bosque sin
               perder definición, eso significaba que era una habitante del Reino de la
               Imaginación Olvidada; por lo que, incapaz de contener mi curiosidad, quise
               sacarle información al respecto de cómo iban las cosas en aquellos dominios

               que podrían haber sido los míos, de haberme comprometido con la princesa y
               futura heredera que, sin saberlo, tenía enfrente.

               —¡Oh!, no te preocupes, bella damisela. La vida nos permite aprender de

               nuestros errores. En adelante, te recomiendo no dejar que algo tan aleatorio
               como un color haga que tu juicio se incline hacia uno u otro lado de la balanza
               con que se categorizan las cosas.


               —Lo tendré en cuenta, señor verde —respondió la niña de buen modo.

               Yo, que ya me estaba cansando de eso de “señor verde”, porque sonaba
               bastante raro, la corregí.
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