Page 94 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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tocar su puerta con esa apariencia tan desaliñada, podría tomarlo como una

               ofensa y pedirle a su esfinge que te coma, o convertirte él mismo en piedra o en
               oruga o en lechuza.

               —El mago oscuro Rigardo no puede hacerme nada. Si lo intentara correría el

               riesgo de desvanecerse de nuevo en el olvido —dijo la niña con seguridad,
               aunque visiblemente avergonzada por mi comentario sobre su pie sucio.

               —¿Y eso por qué?


               —Porque soy la princesa que encantó, y si me congela o me vuelve lechuza, el
               Príncipe Azul podría no reconocerme y, por lo tanto, no habrá historia en la que
               vivamos ni él ni yo ni ningún personaje del Reino de la Imaginación Olvidada.


               Para ser tan pequeña parecía tener las cosas bastante claras. Su respuesta
               también las dejaba claras para mí. Esa figura desaliñada y no “perfecta” ¡era
               la princesa Anjana!


               —Ya veo, pero ahora que ya sabes dónde encontrarlo, ¿qué te parece si regresas
               a tu castillo con tu mamá y le pides que te cambie para estar presentable para el
               mago?


               —No puedo, porque me escapé; y si regreso ahora, no será un ogro quien me
               encierre en la torre más alta del castillo, sino mi papá.


               Luego de un buen rato de estira y afloja, terminé por convencerla, por lo menos,
               de alejarnos de la barrera. Conforme nos internamos en el bosque el sentimiento
               de vacío y abandono de mis sueños pareció disiparse, y de nuevo albergué la

               esperanza de ser parte de alguna historia. La princesa Anjana también dejó de
               llorar, aunque su semblante era melancólico.

               —¿Así que tú eres aquella famosísima princesa Anjana? —pregunté

               simplemente para hacer plática.

               —Yo no pedí ser famosa, y todavía no lo soy —respondió tajante.


               —Bueno, pero lo serás. Cuando te cases con el Príncipe Azul y seas feliz para
               siempre.


               —No si puedo evitarlo —espetó para mi sorpresa—. Además, dudo que si me
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