Page 92 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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—Príncipe Verde, señorita, llámeme Príncipe Verde —resalté con mi mejor voz

               y un solemne y elegante ademán.

               Su rostro pareció descomponerse y, antes de que pudiera siquiera preguntarle su
               nombre, la niña salió corriendo despavorida a internarse entre la bruma. Yo,

               que no daba crédito a tal reacción, corrí tras ella. Apenas le pude seguir el
               paso, pues era bastante veloz, así que tuve que hablarle a gritos y a toda
               velocidad.


               —¡Espera, que no soy malo! El villano vive en dirección a donde vas ahora, y es
               Rigardo, el mago oscuro.

               —No quiero saber nada de príncipes. Tengo ya bastante de ellos.


               Aquel comentario me intrigó:


               —¿Cómo que tienes bastante de príncipes?


               Durante la carrera, la niña perdió una de sus botas llenas de lodo. Y aunque
               una parte de mí se vio tentada a levantarla y a continuar la carrera al grito de
               “ha olvidado su zapatilla, damisela”, pues ésa fue una escena que me hubiera
               encantado hacer (una que se quedó otro príncipe, por supuesto), el mal estado
               del calzado me desanimó, así que simplemente seguí corriendo tras la niña.


               —¡Pero no soy un príncipe cualquiera! —le grité.


               —En mi opinión, todos son iguales: sólo sirven para meternos en problemas.


               La situación era de lo más atípica. En nuestro mundo, un príncipe no podía
               meter en problemas a nadie salvo a… Y así me puse a hacer cálculos de cuánto
               tiempo había pasado en la historia del escritor que había creado a la princesa
               Anjana, quien, según él, estaba destinada a convertirse en la más famosa de
               todas las princesas. Habían transcurrido ya siete años. Y la niña que corría
               delante de mí, con una sola bota, parecía tener esa edad.


               —¡Espera, por favor! Necesito saber tu nombre —le grité.


               —Mamá siempre me ha dicho que no le dé información a extraños —contestó
               mientras se internaba en una vereda estrecha que nos acercaba peligrosamente a
               la morada “secreta” del mago oscuro Rigardo, cuyo paradero conocíamos todos
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