Page 93 - El Bosque de los Personajes Olvidados
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en el bosque.


               —¡Necesito saber si eres quien creo que eres! —continué gritando. Estaba
               desesperado por conocer su identidad.


               —No puedo saber quién supones que soy.


               —Pues supongo que eres…


               No pude decir más. En ese momento un profundo sentimiento de soledad,
               tristeza y cansancio me invadió, y también a la niña, quien parecía que apenas
               podía andar. Habíamos atravesado, o estábamos por hacerlo, la barrera
               protectora de Rigardo, aquella que lo mantenía lejos de otros habitantes de
               nuestro bosque, aquella que lo condenaba a lo que todos creíamos era una
               terrible y aburrida soledad.


               Sentí como si algo en mí supiera que jamás tendría una historia propia, que
               nunca podría ser nada, salvo un espectro del bosque, apenas el atisbo de la idea
               de un escritor. La niña, que estaba a unos cuantos pasos, comenzó a llorar junto
               conmigo.


               —Esto —sollocé— es a lo que me refería cuando te mencioné que sabrías que
               habías llegado a la morada del mago oscuro Rigardo. Esto, pequeña niña, es
               sentir que tus sueños más próximos están a punto de abandonarte.


               La niña se giró y clavó su mirada en mis lágrimas. Sin más, como si algo la
               impulsara, se me lanzó a los brazos. Antes de que pudiera consolarla, como
               alguien de mi tamaño debía hacer con una niña, me dijo:


               —No estés triste, por favor. Vete. No es necesario que me sigas, no quiero verte
               llorar por mi culpa, ni a ti ni a nadie más. Ya sé dónde se encuentra el mago, y yo
               sola puedo presentarme ante él.


               No podía creerlo. Aquella niña, que debía estar experimentando un dolor
               similar al mío: la desesperanza y que sus sueños la abandonaban, sólo había
               pensado en consolarme a mí, un perfecto extraño. Avergonzado de mi actitud,

               quise alejarla de aquellas desoladas inmediaciones, a costa de lo que fuera.

               —¡Oh!, pero no puedes presentarte así ante el gran mago oscuro Rigardo —le
               dije señalando su pie descalzo y sucio—; él es muy protocolario, y si te atreves a
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