Page 44 - El sol de los venados
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domingos y, cuando nos vamos de viaje, papá hace parar a Roque en todas partes
y nos compra frutas, dulces y juguetes de barro o de paja. Pero a veces tiene que
empeñar la radio porque no tiene para pagar el alquiler.
Roque nos ayudó a poner todas las cosas en el maletero de su taxi, que después
no se pudo cerrar de lo cargado que iba y parecía un caimán con la boca abierta.
Nos metimos todos en el carro. Papá, mamá y José delante, al lado de Roque.
Todos los demás, detrás.
El río no está muy lejos de nuestro pueblo, pero un kilómetro en carro es
suficiente para que me maree, igual que mamá.
–Jana, coge una bolsa –me dijo mamá mirándome a través del espejo retrovisor.
La bolsa era por si vomitaba. Hundí la cara en la bolsa. Tenía dolor de cabeza y
esa cosa terrible en la boca de estómago, eso que mamá llama agonía, y pensé
que uno debe sentir lo mismo cuando va a morirse. No sé por qué grité. Roque
frenó en seco y todos me miraron asustados.
Papá me sacó del carro y me dijo como si hubiera leído mis pensamientos:
–Uno no se muere por un mareo, Jana. A ver, respira profundo.
–Pobrecita, está verde –dijo mamá, sin darse cuenta de que ella misma estaba