Page 66 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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Somos una familia
YA estaba harto. No estaba dispuesto a aguantar un solo golpe más. Se lo juró en
silencio y esa misma noche se largó de casa. Su mamá, como siempre, no hizo
nada más que lloriquear un poco, y le suplicó sin mucha convicción que no se
fuera, pero él ya no soportaba vivir ahí.
—Isaac, por favor. Hazle caso, no lo contradigas.
La miró con desprecio. No tenía idea de adónde se marcharía. Qué importaba.
Cualquier lugar era mejor que esa mazmorra (antes llamada hogar) que había
construido su padrastro. Isaac tomó su vieja mochila con el logo de Sprite, echó
algunas prendas de vestir, su celular, su reloj Casio y sus lentes. Desde el umbral
el hombre le gritó:
—Mañana volverás. ¡Y no te voy a abrir la maldita puerta, bueno para nada!
Lo primero que vino a su cabeza fue quedarse en el parque, en alguna banca. Ya
era tarde; al día siguiente buscaría un lugar mejor. Pero su plan se estropeó al
sentir las primeras gotas sobre su cara. Media hora más tarde diluviaba. Había
olvidado tomar una chamarra; se empapó, a pesar de que pudo refugiarse bajo un
estanquillo. Se ovilló como pudo hasta quedarse dormido. Un empujón lo
sacudió haciendo que volviera en sí.
—¡A dormir a otra parte, vago!
Se alejó sin rumbo. Tenía hambre. Revisó sus bolsillos. Estaban vacíos. Caminó
calles y calles. A veces lo cubría el humo que expulsaban los autos. Era sábado.
Pasó frente a puestos de frutas y verduras, y tuvo la tentación de robarse alguna,
pero no lo hizo, a saber si por honestidad o cobardía. A las tres de la tarde le
rugían las tripas. Se acercó a la parte trasera de un restaurante, y cuando no hubo
nadie atisbó entre los restos de comida. Alcanzó a obtener una hamburguesa
aderezada con mostaza y cátsup. No se veía apetitosa. La limpió y el hambre
hizo el resto. La ciudad era mucho más grande de lo que imaginaba. Subió a un
puente peatonal y estuvo mirando pasar las oleadas de autos y camiones bajo sus