Page 70 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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—¿El refugio?


               —Sí, es un buen lugar para vivir. Es como un albergue. Tienes al menos un plato
               caliente y un colchón.


               —Órale.


               El cielo tenía colores moribundos. No había ni sol ni luna en el horizonte, que
               lucía más huérfano que nunca. Ni una sola nube vagabundeaba por ahí. El
               muchacho de las muletas miró el agua oscura corriendo por el canal: las
               envolturas de papas, las latas, una llanta cubierta de hierba, las ramas secas en la
               orilla, un esqueleto de roedor, la turbia corriente que arrastraba su tufo.
               Preguntó:


               —¿Aquí te quedas a dormir?


               —Sí, allá.


               —¡Si lograras atrapar una rata de esas tendrías una buena cena!


               —Algún día lo haré —bajó la vista y dijo enseguida:


               —¿Cómo te llamas?


               —Dime Porfirio.

               —Nos vemos, Porfirio.


               Lo vio alejarse por el empedrado y dar vuelta donde un gigantesco anuncio
               publicitario clamaba: “En nuestra ciudad tú decides si quieres ser feliz”.


               Ya se estaba durmiendo, alejándose dulcemente de esa dura realidad, cuando oyó
               que alguien se acercaba. Rápido se puso en guardia. Era un hombre. Lo pudo
               distinguir poco a poco. Vestía andrajos. Tenía el cabello grasoso y apelmazado.
               Llevaba colgada una sonrisa repugnante con la que trataba de hacerse el

               simpático. Se deslizó por el terreno inclinado para estar más próximo a él. Isaac
               se hizo hacia atrás.

               —Hace frío, ¿verdad? —le preguntó.
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