Page 74 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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de la mano izquierda. El otro no tenía una oreja y cojeaba del pie derecho. Era

               curioso. Miraron desafiantes a Isaac y dijeron:

               —No te metas donde no te importa.


               Continuaron dándole patadas a Porfirio. Quiso golpearlos, pero el mayor de ellos
               sacó un cuchillo de entre su ropa. Isaac se quedó helado. Al de las muletas le
               dieron un puñetazo en la nariz. Empezó a sangrar.


               —Ya no lo golpeen, por favor.


               Desde el suelo, Porfirio gritó:


               —¡Ven conmigo! ¡Diles que vendrás y se detendrán!


               —Está bien. Voy contigo. ¡Déjenlo!


               —Lo escucharon. ¡Ya párenle, güeyes!

               Miraron a Isaac. Después dirigieron sus miradas al chico de las muletas, y uno

               de ellos le advirtió:

               —Más te vale que sí vayas. No trates de pasarte de listo.


               Porfirio e Isaac caminaron durante hora y media, dejando atrás el centro de la
               ciudad. El de las muletas se movía con agilidad, a pesar de todo. Sin embargo,
               los acontecimientos les habían cerrado la boca. Una llovizna ligera humedecía

               las calles. Pisaban los charcos que se formaban en todas partes hasta que
               llegaron a la zona poniente, cerca del puente donde había tenido el incidente con
               el torvo sujeto. Isaac tomó unas piedras, por si el tipo aparecía por ahí. Llegaron
               a la fábrica de cemento en ruinas. Las calderas y las chimeneas estaban corroídas
               por el óxido. Había cascajo disperso por todas partes. Desde la pala de una grúa
               descompuesta los observaba un niño sin manos. Al verlos imitó el sonido de un
               pájaro. Isaac presintió que algo andaba mal. Porfirio olfateó su miedo.


               —No pasa nada. Es un vigía.


               Se detuvieron frente a una bocaza de concreto que parecía esperarlos con hambre
               indiscreta. Empezaron a descender por el túnel. La luz del exterior desapareció.
               El golpeteo de las muletas contra el piso hacía eco en las paredes.
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