Page 78 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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—Pareces sano. Podré usar otra vez este frasco —murmuró el anciano tras
echarle un vistazo. Isaac se dio cuenta en ese instante de cuál sería su destino.
Miró a Porfirio y le deseó lo peor. Los muchachos lo sujetaron con mayor fuerza
al notar que se agitaba.
—Salvaste tu pellejo por esta vez. Si vuelves a intentar huir, será uno de tus
órganos el que ocupe este frasco. Entraste al refugio, pero no vas a salir. Pon tu
mano aquí —apuntó a la mesa. Masticaba otro pedazo de riñón.
—Perdón, Papá Joaquín. No volverá a pasar, se lo juro —lágrimas desatadas
escurrieron por las mejillas de Isaac. Ya lo habían obligado a poner la mano
sobre la mesa.
El anciano apenas si vio sus ojos húmedos y resignados. Alzó la afilada daga por
encima de su víctima. De un tajo el dedo pulgar de esa mano derecha quedó
desprendido, solo, huérfano sobre la mesa, un pequeño gusano sacrificado. La
sangre dejaba una mancha oscura y creciente. Porfirio intentó contener la
hemorragia con un trapo. El anciano, meticuloso, puso el dedo en otro frasco.
Isaac gritaba. Trató de zafarse pero no lo logró. El viejo, sin voltear a verlo,
cortó otro trozo de riñón y exclamó con enfado:
—Ya no quiero oírlo. Arránquenle la lengua.