Page 68 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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delanteros era tuerto pero tenía una puntería quirúrgica. Dos horas después
terminaron y se marcharon en diferentes direcciones. El joven miró las hojas
secas, movidas por el viento de un lado a otro, azarosamente. Lo invadió la
tristeza. Al pasar por una gasolinera encontró a un niño en muletas pidiendo
dinero a los automovilistas. Se movía y esquivaba los vehículos con gran
agilidad. El hecho de verlo en condiciones adversas ablandaba la voluntad de los
donadores. Lo envidió un poco. Supo que nadie le entregaría un solo centavo así
como estaba, sano. Fue hasta la Yarda, un mercado de abastos, y pidió empleo,
aún con timidez. Solamente obtuvo negativas. Aguardó algunos minutos, y al
notar que nadie lo observaba, tomó del basurero algo de fruta en mal estado. Ya
le quitaría lo podrido o magullado. No pudo quedarse en la terminal. El velador
le pidió que abandonara el lugar. Los pordioseros y teporochos le impidieron
quedarse en el parque público. Durmió bajo un puente. Tuvo que soportar el olor
a drenaje, el frío intenso y algunas cucarachas que corrían por la pared.
Despertó al mediodía, cuando un perro olfateaba su cabeza. Se puso la última
playera limpia que llevaba. Con agua que corría por el desagüe trató de quitarle
las manchas oscuras a su pantalón. Por la tarde se encontró con aquel niño que
usaba muletas. Lo miró pidiendo ayuda a los automovilistas que se detenían
frente al semáforo. Sorteaba con gran habilidad el vertiginoso paso de los
vehículos. Isaac se paró en la acera de enfrente. Convencido de que venía a
competir con él, el de las muletas lo trató de echar.
—Lárgate de aquí, muerto de hambre —Isaac se alejó al ver a otros chicos que
contaban las monedas recolectadas, cerca del letrero de “alto”. A uno le faltaban
las orejas; a otro, el brazo izquierdo. Era extraño ver a tres niños sin alguna parte
del cuerpo.
Se marchó a buscar restos de comida en el mercado. Husmeó en los botes de
basura. Apenas consiguió unos trozos de pizza sin jamón y con muy poco queso.
Regresó por la noche a dormir bajo el puente. Al día siguiente miró al niño de
las muletas, pero ahora peleaba contra los otros muchachos. No oyó qué decían,
pero supo que lo amenazaban. Discutían airadamente. Los otros lo persiguieron,
lo empujaron, y cayó de bruces sobre el pavimento. Empezó a sangrar. Los
muchachos se alejaron, no sin antes apuntarle con el dedo índice y amenazarlo
de nuevo; lloraba en silencio, tratando de pasar inadvertido. Con la mano
derecha trataba de detener el flujo de sangre. Isaac se acercó, alargándole una
playera para que se cubriera. El otro lo miró con desconfianza, pero enseguida
aceptó. Sin embargo, no le dio las gracias.