Page 312 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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308                LUCHAS  DEL  LADO  ACA  DEL  INDO

         como allí los bárbaros  no descendían de sus alturas, vióse obligado  a  desencadenar
         la  lucha  en  terreno  desigual;  por  fin,  tras  indecibles  esfuerzos,  logró  escalar  las
         alturas  y  empujar al  enemigo,  que  luchaba  con  la  mayor  bravura,  hacia  un  lado
         de las cumbres,  que Tolomeo  tuvo  buen cuidado  de  no  cercar por completo,  para
          no  obligarle  a  una  resistencia  desesperada.  También  Leonato  había  obligado  al
          enemigo  de  su  sector  a  batirse  en  retirada;  Alejandro  marchaba  ya  en  persecu­
         ción del grueso de las  fuerzas  enemigas,  que  eran las  del  centro,  y  una  espantosa
          carnicería  puso  fin  a  aquella  victoria,  conseguida  con  tanto  esfuerzo;  fueron  he­
          chos  prisioneros  40,000  hombres  y  cayeron  en  manos  del  vencedor  inmensos
          rebaños de bueyes, que formaban la riqueza de aquel país  rico en pastos;  Tolomeo
          dice  que  había  allí  más  de  230,000  cabezas  de  ganado,  entre  las  que  Alejandro
          escogió las más hermosas para enviarlas a Macedonia  con destino  a la  agricultura.
              Entre  tanto  había  llegado  la  noticia  de  que  los  asacenos,  que  poblaban  el
          valle  más  próximo,  el  del  Suastos,  se  preparaban  afanosamente  para  hacer  frente
          al  invasor,  de  que habían  reclutado  a  mercenarios  del  otro  lado  del  Indo  y  con­
          taban  ya  con  una  fuerza  de  30,000  hombres  de  infantería,  20,000  caballos  y  30
          elefantes.  Para poder llegar  a  sus tierras, Alejandro  tenía  que bajar  ante  todo  por
          el valle del Gureos, río de profunda y rápida corriente,  cuyo valle alto  había  some­
          tido  ya.  Púsose  en  matcha  rápidamente  con  una  parte  de  sus  tropas,  mientras
          Crátero  le  seguía  más  lentamente  desde  Arigeón  al  frente  del  resto  del  ejército
          y de las  máquinas pesadas.  Los  caminos  de la  montaña  y las  noches  frías  hacían
          muy penosa la  marcha,  pero  pronto  se  vieron  compensados  de  aquellas  penalida­
          des al  descender al  rico valle  inferior;  por todas  partes  se  veían  viñedos  y  planta­
          ciones de almendros  y laureles,  pacíficas  aldeas  recostadas  contra  las  faldas  de  las
          montañas e innumerables rebaños apacentándose en los pastizales.  Según  se  cuen­
          ta,  acudieron  a  la  tienda  del  rey  los  hombres  más  nobles  del  país,  con  Acufis
          a la  cabeza;  al  entrar en la  tienda  y  ver  a  Alejandro  con  su  armadura  reluciente,
          apoyado  en  la  lanza  y  cubierto  con  su  alto  casco,  se  arrodillaron  ante  él,  llenos
          de asombro;  el  rey mandó  que  se levantaran y hablasen.  Le  dijeron el  nombre  de
          su fortaleza,  que se llamaba Nisa, y le contaron  que  habían venido  desde  el  oeste
          y que desde el día en que se establecieron en aquellas  tierras habían  vivido  felices
          e  independientes  bajo  el  gobierno  de  una  aristocracia  de  treinta  nobles.  Alejan­
          dro,  después  de  oírlos,  declaró  que  respetaría  su  libertad  y  su  independencia,
          que  Acufis  seguiría  presidiendo  la  nobleza  del  país  y,  finalmente,  les  pidió  que
          incorporasen  al  ejército  del  rey  algunos  cientos  de  jinetes.  Tal  debió  de  ser,
          sobre  poco  más  o  menos,  la  parte  verdadera  de  una  historia  que  más  tarde  co­
          menzó  a  narrarse  adornada  con  los  aditamentos  más  maravillosos,  sin  que  el  rey
          fuera,  tal  vez,  ajeno  a  esta  versión  embellecida;  más  adelante  se  presentó  a  los
          niseos  como  descendientes  directos  de  los  acompañantes  de  Dionisos,  a  quien  el
          mito  griego  hacía  llegar,  en  sus  correrías,  hasta  la  misma  India;  los  valientes
          macedonios,  tan  lejos  de  su  patria,  sentíanse  allí  como  en  un  ambiente  propio
          y lleno  de recuerdos  familiares.
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