Page 313 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LUCHAS  DEL  LADO  ACA  DEL  INDO             309

          Desde  Nisa,  Alejandro  marchó  por  el  este,  a  través  del  impetuoso  Cúreos,
       hasta  el  país  de  los  asacenos.  Estos,  al  saber  que  se  acercaba,  corrieron  a  guare­
       cerse  en  sus  ciudades  amuralladas;  la  más  importante  de  ellas  era  la  de  Masaca,
       en  la  que  el  príncipe  del  país  confiaba  poder  hacerse  fuerte.  Alejandro  avanzó
       hasta  allí  y  acampó  bajo  los  muros  de  la  ciudad.  El  enemigo,  confiando  en  su
       poder,  hizo  inmediatamente  una  salida;  una  retirada  aparente  lo  atrajo  como  a
       inedia  hora  de  distancia  de  las  puertas  de  la  ciudad;  de  pronto,  los  macedonios
       viraron  en  redondo  y  se  lanzaron  a  paso  de  carga  contra  los  indígenas,  delante
       la  infantería  ligera  y  tras  ella  Alejandro  a  la  cabeza  de  las  falanges;  el  combate
       fué  breve,  pues  los  hindúes  no  tardaron  en  huir  con  considerables  pérdidas;
       Alejandro  los  siguió  pisándoles  los  talones,  pero  no  pudo  conseguir  su  propósito,
       que  era  entrar  a  la  vez  que  ellos,  y  aprovechando  su  desconcierto,  en  la  ciudad.
       En  vista  de  ello,  cabalgó  alrededor  de  la  muralla  con  objeto  de  determinar  los
       puntos  de  ataque  para  el  día  siguiente;  cuando  estaba  haciendo  este  recorrido,
       acertó  a  darle  un  dardo  disparado  desde  las  almenas  y  regresó  al  campamento
       con  una  ligera  herida  en  un  pie.  A  la  mañana  siguiente  entraron  en  acción  las
       máquinas  de  asalto, y  pronto  abrieron  una brecha  en la  muralla;  los  macedonios
       intentaron  irrumpir  por  ella  en  la  ciudad,  pero  la  valiente  y  celosa  defensa  del
       enemigo  los  obligó,  por  fin,  a  desistir  de  su  empeño,  ya  a  la  caída  de  la  noche.
       Al  día  siguiente  reanudóse  el  ataque  con  redoblada  furia  bajo  la  protección  de
       una  torre  de  madera,  que  con  sus  disparos  mantenía  libre  de  defensores  una
       parte  de  la  muralla;  pero  tampoco  así  se  avanzaba  un  solo  paso.  La  noche
       siguiente  se  invirtió  en  nuevos  preparativos,  en  disponer  nuevos  arietes,  nuevos
       techos  protectores  y,  por  último,  en  construir  y  acercar  a  los  muros  una  torre
       móvil  cuyo  puente  levadizo  caería  directamente  sobre  las  almenas.
           A  la  mañana  siguiente,  formaron  las  falanges  en  orden  de  asalto,  mientras
       el rey conducía a los hipaspistas  delante  de la  torre y les  recordaba  que  por aquel
       mismo  procedimiento  habían  tomado  la  ciudad  de  Tiro;  todos  ardían  en  deseos
       de  luchar  y  de  conquistar  la  ciudad,  cuya  resistencia  se  alargaba  ya  demasiado.
       Se  tendió  el  puente  y  los  macedonios  abalanzáronse  a  él,  queriendo  todos  ser
       los  primeros;  la  carga  excesiva  hizo  que  el  puente  se  hundiera  y  que  aquellos
       valientes  se  estrellasen  al  caer  al  fondo.  Los  defensores  de  la  ciudad,  que  vieron
       aquello  desde las  almenas,  prorrumpieron  en  gran  algazara y  apresuráronse  a  lan­
       zar  sobre  los  macedonios  piedras,  vigas  y  proyectiles;  al  mismo  tiempo,  se  lan­
       zaron  por las  puertas  de la  ciudad  al  campo,  con  el  fin  de  aprovechar  el  descon­
       cierto  para  atacar.  Los  macedonios  tuvieron  que  retirarse  por  todas  partes,  y  la
       falange  de  Alcetas,  mandada  por  Alejandro,  logró  a  duras  penas  salvar  a  los
       agonizantes  de las  iras  del enemigo y  arrastrarlos  al  campamento.
           Todo  esto  no  hizo  más  que  exacerbar  la  furia  y  las  ganas  de  pelear  de  los
       macedonios.  A  la  mañana  siguiente,  después  de  reparado  el  daño,  acercaron  de
       nuevo la  torre a la  muralla y volvieron a  bajar el puente levadizo;  pero  los  defen­
       sores  ofrecían una eficacísima  resistencia,  a  pesar  de  que  sus  filas  iUan  haciéndose
       menos  densas  y  de  que  el  peligro  era  cada  vez  mayor  para  ellos.  De  pronto,  su
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