Page 317 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LUCHAS  DEL  LADO  ACA  DEL  INDO             313

         Aquella  tentativa  fracasada  llevó  a  Alejandro  al  convencimiento  de  que  des­
      de  la  base  de  la  roca  sería  imposible  conseguir  el  objetivo;  en  vista  de  ello,  por
      la  noche  y  valiéndose  de  una  persona  conocedora  del  terreno,  envió  a  Tolomeo
      orden  escrita  de  que,  al  día  siguiente,  cuando  él  intentase  un  asalto  desde  un
      lugar  cercano  a  la  posición  en  que  se  encontraba  parapetado  Tolomeo  y  los
      defensores de la fortaleza hiciesen una salida contra él,  cayesen desde lo alto  sobre
      la espalda  del enemigo y procurasen a  todo  trance  establecer contacto  con él,  con
      Alejandro.  Así  se  hizo;  al  despuntar  el  alba,  el  rey  se  situó  con  sus  tropas  en  el
      sitio  por  donde  había  escalado  Tolomeo.  Los  defensores  lanzáronse  inmediata­
      mente sobre aquel  punto,  para  defender  el  angosto  sendero;  defensores  y  atacan­
      tes  lucharon  encarnizadamente  hasta  medio  día,  hora  en  que  los  de  arriba  em­
      pezaron  a  ceder ligeramente;  Tolomeo  hizo  también  cuanto  estaba  de  su  parte;
      a la caída de la tarde,  después  de  escalar  el  sendero los  de  abajo,  habíanse  unido
      los dos  destacamentos  del ejército  macedonio.  La  retirada  cada  vez  más  acelerada
      del  enemigo  y  el  ardor  de  sus  valientes  guerreros,  excitado  por  el  éxito  logrado,
      movieron  a  Alejandro  a  perseguir  a los hindúes  que huían,  confiando  en  que  tal
      vez  en  medio  del  desconcierto  de  los  defensores  conseguirían  penetrar  en  la
      fortaleza;  pero  esta  esperanza  resultó  fallida  y  el  terreno,  arriba,  era  demasiado
      angosto  para  intentar  un asalto  contra la  ciudadela.
          En  vista  de  ello,  Alejandro  se  retiró  con  sus  tropas  a  la  altura  atrincherada
      por Tolomeo,  más  baja  que  la  fortaleza  y  separada  de  ésta  por  un  ancho  y  pro­
      fundo  barranco.  No  había  más  remedio que  superar las  condiciones  desfavorables
       del  terreno  y  tender  un  dique  sobre  la  barranca  para  poder  acercarse  a  la  forta­
       leza,  por  lo  menos,  lo  bastante  para  que  sus  muros  quedaran  a  tiro  de  la  arti­
       llería  de  los  sitiadores.  A  la  mañana  siguiente  comenzaron  los  trabajos;  el  rey
       estaban en todas  partes,  elogiando  y  animando  a  sus hombres  e  incluso  dando  él
       mismo  algunos  toques;  todo  el  mundo  rivalizaba  en  entusiasmo  y  en  actividad,
       derribando  árboles  y  echándolos  al  fondo  del  barranco,  amontonando  piedras  y
       rellenando  la  garganta  de  tierra;  al  terminar  el  primer  día,  se  había  logrado  re­
       llenar  ya  un  trecho  de  trescientos  pasos.  Los  defensores  de  la  ciudadela,  que
       al  principio  se  reían  de  aquella  loca  y  desesperada  tentativa,  fueron  dándose
       cuenta  del  peligro  y  al  día  siguiente  hicieron  todo  lo  posible  por  hostilizar  los
       trabajos;  pronto  se  consiguió  adelantar  lo  suficiente  para  que  las  catapultas  y
       las máquinas,  desde el  extremo  del  dique,  pudieran  rechazar los  ataques  del  ene­
       migo.  Al  sexto  día,  el  terraplén  había  llegado  ya  cerca  de  una  cima  situada  a  la
       misma altura  de la  fortaleza y ocupada por los hindúes;  la  defensa  o la  ocupación
       de esta altura sería decisiva para la suerte de la ciudadela.  Alejandro  envió  contra
       ella a  un destacamento  de  macedonios  escogidos;  se trabó  un  combate  espantoso;
       el  propio Alejandro hubo  de  lanzarse  en  socorro  de  los  atacantes,  al  frente  de  su
       guardia;  por  fin,  después  de  ímprobos  esfuerzos,  los  macedonios  lograron  ganar
       la  reñidísima  altura.  Esto  y  los  avances  constantes  del  terraplén,  que  ya  ahora
       nada  podía  contener,  hicieron  desesperar  a  los  defensores  de  poder  sostenerse  a
       la larga  contra  un  enemigo  que  no  se  arredraba  ante  las  alturas  ni  ante  los  abis­
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