Page 322 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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318                    GUERRA  CONTRA  PORO

         Espitaces,  con  el  resto  de  su  ejército,  corrió  a  unirse  con  Poro,  sin  pensar  ya  en
         seguir defendiendo  sus propios dominios.
             Como  dos  días  después,  llegó  Alejandro  a  las  orillas  del  Hidaspes,  que  en­
         tonces,  por  ser  la  época  de  las  lluvias,  tenía  un  ancho  de  casi  mil  doscientos
         pasos;  al  otro  lado  veíanse  el  extenso  campamento  del  príncipe  Poro  y  todo  su
         ejército  formado  en  orden  de  batalla  y  delante  de  él,  como  si  fuesen  torres  de
         fortalezas,  trescientos  elefantes  de  guerra.  Vióse  cómo  eran  enviados  considera­
         bles  destacamentos  de  tropas  en  ambas  direcciones  para  reforzar  las  líneas  de
         vigilancia  a  lo  largo  del  río  y  observar  sobre  todo  los  pocos  vados  que  el  alto
         nivel  de  las  aguas  dejaba  todavía  practicables.  Alejandro  dióse  cuenta  de  que  le
         sería  imposible  cruzar  el  río  bajo  la  mirada  del  enemigo;  acampó  en  la  margen
         derecha,  frente  a  los  hindúes.  Empezó  a  desorientar  al  enemigo,  con  una  serie
         de movimientos de tropas, sobre el punto por donde se proponía pasar el río y a fa­
         tigar su atención;  al mismo tiempo hizo  que algunos  destacamentos  de  su  ejército
         explorasen  las  márgenes  del  río  en  todas  direcciones,  mientras  otros  asolaban  los
         dominios  de  Espitaces,  completamente  desguarnecidos  de  defensores,  y  acudían
       !  por  todas  partes  con  grandes  provisiones,  como  si  se  propusiera  permanecer  en
         aquel  sitio  durante  largo  tiempo;  y  se  las  arregló  también  para  hacer  correr  por
         el  campamento  enemigo  la  voz  de  que  en  aquella  estación  del  año  era  comple­
         tamente  imposible  cruzar  el  río  y  de  que  no  tendría  más  remedio  que  aguardar
         a  que  pasara  la  época  de  las  lluvias  para  pasar  al  otro  lado  y  atacar.  Pero,  al
         mismo  tiempo,  los  movimientos  de la  caballería  macedonia,  las  idas  y  venidas  de
         barcas  cargadas  de  hombres  y  las  constantes  maniobras  de  las  falanges,  que,  a
         pesar de las  lluvias  torrenciales,  se  pasaban  a  veces  horas  y  horas  sobre  las  armas
         y como preparándose para entrar en  acción,  tenían  al  príncipe  Poro  en  una  cons­
         tante  inquietud  y  esperando  que  de  un  momento  a  otro  se  desencadenase  un
         ataque  súbito;  dos  o  tres  islas  que  había  en  medio  del  río  dieron  ocasión  a  pe­
         queñas  escaramuzas;  tal  parecía  como  si  aquellas  islas  estuvieran  llamadas  a
         adquirir  una  importancia  decisiva  cuando  comenzara  la  batalla  de  verdad.
             Entre  tanto,  Alejandro  averiguó  que  el  príncipe  Abisares  de  Kachmir,  a
         pesar  de  las  seguridades  reiteradas  de  su  lealtad,  no  sólo  mantenía  relaciones
         secretas  con  Poro,  sino  que  avanzaba  ya  con  todas  sus  fuerzas  para  unirlas  a  las
         de  éste.  Y  si  ya  desde  el  primer  momento  había  estado  muy  lejos  de  su  ánimo
         la  idea de permanecer inactivo  en aquel lado  del  río  durante toda la  época  de las
         lluvias,  aquella  noticia  que  acababa  de  recibir  le  estimuló  a  activar  todavía  más
         los  preparativos  para  un  ataque  a  fondo,  ya  que  la  lucha  contra  las  fuerzas
         unidas  de  Abisares  y  Poro  podía  ser  difícil  y  tal  vez,  incluso,  peligrosa.  No
         obstante,  seguía considerando imposible  cruzar el  río  por aquella  parte,  a  la  vista
         del enemigo; por otra parte, el lecho del río  era harto  inseguro,  a  consecuencia  de
         las  lluvias,  y  la  orilla  baja  de  la  otra  parte  hallábase  llena  de  hoyos  lodosos.
         Habría  sido  una  locura  mandar  al  otro  lado  a  las  falanges  bajo  los  proyectiles
         de  un  enemigo  tan  denso  y  tan  bien  parapetado.  Finalmente,  era  de  temer  que
         los  caballos  macedonios  se  asustasen  del  olor y  de  los  bramidos  de  los  elefantes
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