Page 323 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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GUERRA  CONTRA  PORO                     319


      que  cubrían  la  otra  orilla  e  intentaran  escapar,  produciendo  una  situación  con­
      fusa y peligrosa.  Todo  el  éxito  de la  operación  estaba  en  ganar la  orilla  enemiga.
      Alejandro ordenó que  a  media  noche sonase la  alarma,  que  la  caballería  avanzase
      hacia  distintos  puntos  de  la  orilla  y  se  dispusiera  a  cruzar  el  río  entre  gritos  de
      guerra  y  la  fanfarria  de las  trompetas,  que  los  botes  se  pusieran  en  marcha  y  las
      falanges,  a  la  luz  de  las  hogueras,  se  acercasen  a  los  vados.  Inmediatamente,  el
      campamento  enemigo  púsose  también  en  movimiento,  los  elefantes  desplazá­
      ronse,  las  tropas  avanzaron  hasta  la  orilla  y  hasta  el  amanecer  estuvieron  espe­
      rando el ataque,  que ya  daban por seguro  y  que  no  se  produjo.  Otro  tanto  acon­
      teció  durante las  noches  siguientes  y  siempre  con  el  mismo  resultado:  Poro  salía
      todas  las  noches  defraudado;  ya  estaba  cansado  de  tener  a  sus  tropas  toda  la
      noche  aguantando  inútilmente  el  viento  y  la  lluvia;  por  fin  desistió  de  hacer
      caso  de  los  movimientos  nocturnos  del  enemigo  y  se  limitó  a  asegurar  la  vigi­
      lancia  del río mediante las guardias  normales.
          La  orilla  derecha  del  río  se  halla  flanqueda  por  una  serie  de  agrestes  altu­
      ras,  que  se  extienden  hasta  tres  millas  río  arriba  y  al  llegar  allí  se  convierten  en
      importantes  montañas  cubiertas  de  espesos  bosques,  en  la  vertiente  septentrional
      de  las  cuales  vierte  sus  aguas  en  el  Hidaspes  un  pequeño  afluente.  En  la  des­
      embocadura  de éste,  el Hidaspes,  que  desde Kachmir hasta  allí  corre  en  dirección
      sur, cambia repentinamenté y casi en ángulo recto su curso y luego sigue fluyendo
      hacia el sur, entre las  ásperas  colinas  que lo flanquean por la  derecha y  una  fértil
      depresión  que  se  extiende  a  su  izquierda.  Frente  a  un  saliente  de  la  montaña,
      debajo  de  la  desembocadura  de  aquel  riachuelo,  queda  en  medio  del  Hidaspes
      una isla alta y boscosa llamada Jamad, por encima de la cual cruza el río el camino
      normal  de  Kachmir.  Tal  era  el  lugar  escogido  por  Alejandro  para  pasar  al  otro
      lado  del  Hidaspes.  Una  serie  de  puestos  de  guardia  se  extendía  desde  el  campa­
      mento  hasta  allí,  a  lo  largo  de  la  orilla,  situados  lo  bastante  cerca  los  unos  de
      los otros para  poder verse  y  oírse.  Sus  gritos,  las  hogueras  nocturnas  de  sus  viva­
      ques,  los  nuevos  movimientos  de  tropas  en  las  cercanías  del  campamento  ha­
      brían bastado para poner en  guardia  al enemigo y  revelarle  el lugar  por  donde  se
      avecinaba el paso  del río,  si  no  se hubiese  acostumbrado  ya  a  no  dar  importancia
      a nada de aquello.  Por su parte, Alejandro, ante las  noticias  de  que Abisares  sólo
      estaba  a  tres  días  de  marcha  de  allí,  lo  había  preparado  todo  para  aventurar  el
      golpe  decisivo.  Crátero  se  quedó  cerca  del  campamento  con  su  hiparquía,  los  ji­
      netes  de  los  arajosios  y  los  parapanísades,  con  las  falanges  de  Alcetas  y  Poliper-
      cón  y  los  5,000  hombres  de  los  príncipes  hindúes;  se  le  dieron  órdenes  de  que
      permaneciese  quieto  hasta  que  viera  al  enemigo,  al  otro  lado  del  río,  abandonar
      su  campamento  o  ser atacado  en  las  proximidades  de  él;  por  el  contrario,  si  ad­
      vertía  que  las  fuerzas  enemigas  eran  divididas  no  debía  intentar  el  paso  del  río,
      siempre y cuando  que los  elefantes  no  se movieran  de la  orilla  de  enfrente;  pero
      en caso  de que viese que eran conducidos  río  arriba  contra las  tropas  macedonias
      para impedirles  cruzar el  río  por encima  de la  isla,  debía  pasar al  otro  lado  inme­
      diatamente  y  con  todo  su  cuerpo  de  ejército,  ya  que  los  elefantes  eran  el  único
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