Page 349 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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LA FLOTA EN AGUAS DEL ACESINES 345
ahínco al acercarse a la confluencia de los dos ríos, siguieron remando. El ruido
iba haciéndose cada vez más ensordecedor, la corriente del río se estrechaba y
hacía más rápida y ya se veía la confluencia: una rompiente furiosa y espumean
te, en que las aguas del Hidaspes se precipitan en ángulo recto sobre el curso del
Acesines y luchan contra él con gran ímpetu para luego, mezcladas las de ambos
ríos, lanzarse con la velocidad de flechas por entre las apretadas orillas. Los ca
pataces de los remeros volvieron a exhortar a éstos a que desplegaran los mayores
esfuerzos para contrarrestar con la fuerza de los remos la corriente abierta por los
barcos en los remolinos, que de otro modo los arrastraría sin salvación posible, y
salir cuanto antes de aquellos parajes. La corriente arrastraba a los barcos y a los
remeros y timoneles costábales un esfuerzo sobrehumano no perder el rumbo;
varias embarcaciones fueron devoradas por el torbellino de las aguas, empezaron
a dar vueltas vertiginosamente, los remos quedaron destrozados, las naves su
frieron serios daños y costó un trabajo enorme evitar que naufragasen; los barcos
largos sobre todo corrieron gran peligro, y dos de ellos, al chocar, se estrellaron y
se hundieron; las embarcaciones más ligeras se arrimaron a la orilla; los barcos
pesados de transporte fueron los que pasaron más fácilmente, pues como eran
demasiado anchos para que el torbellino los hiciera girar, encontraban en seguida
el rumbo; dícese que Alejandro cayó con su barco en uno de los remolinos y que
se vió en un serio trance, hasta el punto de que llegó a despojarse de las ropas
que lo embarazaban para echarse al agua y salvarse a nado.
LA FLO TA E N LAS AGUAS D EL ACESINES. LUCHA CONTRA LOS M ALIO S
Por fin, la flota consiguió salir de aquel peligroso paraje, no sin haber expe
rimentado serias pérdidas; una hora después, la escuadra navegaba ya por aguas
más tranquilas y abiertas. Aquí, el río da la vuelta a una colina que se alza en sus
orillas y se desvía hacia la derecha; al abrigo de ella podía atracarse cómoda
mente, en un remanso y, al mismo tiempo, las anchas orillas eran muy apropia
das para pescar los despojos denlos barcos destruidos y los cadáveres. Alejandro
ordenó que la flota hiciese alto allí y encargó a Nearco de reparar con la mayor
premura las embarcaciones averiadas. Mientras tanto, él, en unión de una parte
de las tropas, hizo una incursión por las tierras de los contornos, para que los be
licosos pueblos de aquella región, los sibios y los agalesios, no acudiesen en ayuda
de los malios y los oxidracios, de los que estaban separados por el Acesines, ante
la inminencia del ataque de los macedonios. Tras una marcha de seis millas,
empleada para sembrar el terror entre los indígenas por medio de la devastación,
Alejandro llegó delante de la capital de los sibios, que era una ciudad bastante
considerable, y la tomó por asalto sin gran esfuerzo; según otros informes, esta
plaza se rindió sin lucha.
Al volver al fondeadero del Acesines, Alejandro encontró la flota dispuesta
a zarpar de nuevo; Crátero estaba ya acampado y Efestión y Filipo habían lle
gado al otro lado de la confluencia de los dos ríos. Sin pérdida de momento,