Page 354 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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350 ALEJANDRO EN PELIGRO
minar las murallas; otros trajeron unas cuantas escaleras de asalto e intentaron
tenderlas, pero la lluvia ininterrumpida de dardos que caía desde las torres de
la ciudadela hacía vacilar hasta a los más valientes.
LA VIDA DE ALEJANDRO EN PELIGRO
En vista de ello, Alejandro agarró una de las escalas; la tendió y, empuñan
do en una mano la espada y en la otra el escudo, trepó por ella, seguido de
Peucetas y Leonato, mientras un capitán veterano llamado Abreas se encaramaba
por otra escala. Ya Alejandro ha logrado llegar a la almena; luchando y defen
diéndose a la vez, hace a los unos retroceder y derriba a los otros con su es
pada; el sitio que se abre ante él queda por un momento libre y se lanza a la
almena, seguido por Pérdicas, Leonato y Abreas; los hipaspistas se apresuran
a trepar entre gran griterío por la segunda escala, pero ésta, cargada en demasía,
se rompe y el rey con sus tres hombres quedan aislados en lo alto de las al
menas. Los hindúes le reconocen por su brillante armadura y su casco de
plumas; nadie se atreve a acercarse a él, pero los dardos, las jabalinas, las piedras
llueven sobre él desde lo alto de las torres y desde el interior de la ciudadela;
sus leales le gritan que salte de allí y que no arriesgue su vida; mide rápidamente
con su mirada la altura del muro, pero no hacia afuera, sino hacia adentro,
y antes de que nadie se cerciore, da el temerario salto. Allí está, «solo, dentro de
la fortaleza enemiga, con la espalda apoyada contra el muro, esperando a que
los indígenas se abalancen sobre él. El enemigo va perdiendo el miedo y se
acerca, su jefe está ya al alcance de su mano; Alejandro lo traspasa con su
espada, derriba a otro con una piedra y otros dos o tres caen bajo el filo de su
arma. Los indígenas, asustados, retroceden y por todas partes vuelven a llover
sobre Alejandro dardos, piedras y jabalinas, todos asestan contra él lo que
tienen a mano; todavía le protege su escudo, pero su brazo comienza a flaquear.
Ya han saltado a su lado Peucetas, Leonato y Abreas; éste cae, derribado por
una flecha que le ha dado en la cara; los hindúes que lo ven caer, lanzan
gritos de júbilo y siguen disparando andanadas de proyectiles, con redoblada
furia; una flecha, lanzada con gran ímpetu, da en el pecho de Alejandro, tras
pasa la coraza y atraviesa sus carnes; brota un chorro de sangre y con ella el
aire del pulmón. Alejandró; en la tensión de la lucha, no se da cuenta, por
el momento, de que está herido y sigue peleando; la sangre perdida le va debi
litando, y se le doblan las rodillas y siente que se desvanece; cae recostado sobre
su escudo. Los hindúes, enfurecidos de júbilo, avanzan, pero Peucetas se coloca
delante del herido y le cubre con el escudo de Ilión, que empuña en su mano,
mientras Leonato cierra el paso al enemigo por el otro lado; una flecha tras
otra se clavan en ellos; apenas pueden ya sostenerse, y Alejandro se desangra.
Mientras tanto, delante de las murallas reina una febril agitación; los mace-
donios han visto a Alejandro saltar deptro de la ciudadela; es imposible que
se salve y no pueden correr en su ayuda; habría que tender escalas, arrimar las