Page 356 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 356

352                    ALEJANDRO  EN  PELIGRO

      minaron  a  no  esperar  a  estar  curado  del  todo  para  reincorporarse  al  ejército.
      Hizo  que  lo  transportasen  por  el  Hiaritis  en  un  barco  sobre  el  cual  se  había
      levantado  una  tienda  de  campaña  para  albergar  al  herido;  el  barco,  arrastrado
      por  la  corriente  del  río,  sin  remar para  evitar  toda  sacudida,  se  acercó  al  campa­
      mento  al  cuarto  día.  La  noticia  de  que  venía  Alejandro  había  llegado  antes,
      Volando,  pero  pocos  la  creían.  Ya  se  veía  el  barco  con  la  tienda  de  campaña
      descender  lentamente  río  abajo;  las  tropas  alineábanse  a  la  orilla  en  una  ten­
      sión  de  ánimo  angustiosa.  El  rey  ordenó  que  abrieran  la  tienda  para  que  todos
      pudieran  verle.  Todavía  creían  que  era  $1  rey  muerto  el  que  venía  en  el  barco.
      Antes  de  atracar  a  la  orilla,  Alejandro  levantó  el  brazo  para  saludar  a  sus  tro­
      pas. Al verlo, aquellos miles de hombres, convencidos ya, prorrumpieron en el grito
       de  alegría  más  jubiloso,  levantaron  las  manos  al  cielo  o  las  alargaron  hacia  el
       que  creían  muerto  y  las  lágrimas  de  alegría  mezclábanse  con  nuevos  y  nuevos
       gritos  de  júbilo.  El  barco  atracó  y  algunas  hipaspistas  acercaron  un  lecho  para
       trasladar  al  herido  a  su  tienda;  pero  Alejandro  ordenó  que  le  llevasen  un  caballo;
       cuando  el  ejército  le  vió  de  nuevo  cabalgar,  un  grito  de  alegría  salió  de  miles
       de  gargantas,  mientras  resonaba  una  ovación  ensordecedora  y  se  levantaba  un
       bosque  de  pavesas  y  las  montañas  de  las  orillas  devolvían  el  eco  de  aquel  gri­
       terío  de  júbilo  decuplicado.  Cerca  ya  de  la  tienda  que  estaba  dispuesta  para  él,
       se  bajó  del  caballo,  para  que  sus  tropas  le  vieran  también  andar;  en  aquel  mo­
       mento,  todos  se  agolparon  hacia  él  para  tocar  su  mano,  su  rodilla,  su  vestido
       o  verlo,  por  lo  menos,  de  cerca,  gritarle  una  palabra  de  cariño  y  arrojar  sobre
       él  cintas  y  flores.
           Probablemente  sería  entonces  cuando  ocurrió  lo  que  Nearco  relata.  Oue
       algunos  amigos  reprocharon  al  rey  que  se  hubiese  expuesto  de  tal  modo  al  pe­
       ligro  y  dijéronle  que  aquello  era  cosa  del  soldado,  pero  no  del  general;  y  que
       un  viejo  beocio  que  lo  oyó  y  notó  el  disgusto  que  al  rey  le  producían  aquellas
       palabras,  se  acercó  a  él  y  le  dijo  en  su  dialecto:  “Las  hazañas  las  hacen  los
       hombres,  ¡oh  Alejandro!,  y  quien  pelea  debe  sufrir.”  Y  que  Alejandro  asintió
       y  ya  no  olvidó  aquella  frase.
           La  rápida  conquista  de la  capital  de  los  malios  causó  una  poderosísima  sen­
       sación  en  todos  los  pueblos  de  aquellos  contornos.  Los  malios,  aunque  que­
       daban  todavía  grandes  extensiones  de  su  territorio  en  que  los  macedonios  no
       habían  puesto  la  planta  del  pie,  desesperaron  de  poder  seguir  ofreciendo  eficaz
       resistencia  y  enviaron  una  embajada  para  someterse  humildemente  a  Alejandro,
       con  sus  tierras.  Los  oxidraeios  o  sudracios,  que  compartían  con  ellos  la  fama  de
       ser  el  pueblo  más  valiente  de  toda  la  India,  prefirieron  rendirse  sin  luchar;
       presentóse  en  el  campamento  de  los  macedonios  una  numerosa  embajada,  for­
       mada  por  los  comandantes  de  las  ciudades,  los  señores  de  sus  tierras  y  ciento
       cincuenta  personas  nobles  del  país,  trayendo  ricos  regalos  y  con  poderes  para
       comprometerse  a  cuanto  el  rey  ordenara;  dijeron  que  pedían  perdón  por  no
       haber  acudido  antes,  ya  que  amaban  más  que  ningún  otro  pueblo  de  la  India
        su  libertad,  que  venían  disfrutando  desde  tiempo  inmemorial,  desde  el  paso
   351   352   353   354   355   356   357   358   359   360   361