Page 359 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
P. 359
COMBATES EN EL BAJO INDO 355
que se ha mantenido a través de los siglos, a pesar de todos los cambios operados
en el gobierno, la religión y hasta la naturaleza de esta zona.
i* Estas peculiaridades del país y de su población hiriéronse muy pronto paten
tes en su modo de comportarse ante Alejandro. La sumisión de los malios había
puesto fin en seguida, como vimos, a toda resistencia por parte de los pueblos
vecinos, y desde entonces el ejército expedicionario había proseguido su marcha
triunfal ininterrumpida hasta llegar al territorio de los sogdios. Pero Alejandro
se equivocaba si creía que los demás pueblos, de allí en adelante, se le someterían
también sin lucha; no se presentaron a rendir homenaje al señor del Indo ni los
propios príncipes ni sus embajadores, bien fuese porque les indujeran a despreciar
al poderoso extranjero las insinuaciones de los soberbios brahmanes o, simple
mente, la confianza en su propia fuerza. El único que se sometió voluntariamen
te fué el príncipe Sambo; este reyezuelo, que dependía del príncipe Musicano,
más poderoso que él, prefería servir a un señor extranjero que a un soberano
vecino, y Alejandro le confirmó como sátrapa en sus tierras montañosas o, para
decirlo en términos tal vez más exactos, en la misma relación en que se hallaban
con respecto a su soberanía los príncipes tributarios de la satrapía de la alta
India.
La posición independiente a que parecían querer aferrarse Musicano y los
demás príncipes obligó a Alejandro a recurrir una vez más a la fuerza de las
armas. Partiendo de la Alejandría sogdiana, descendió lo más rápidamente que
pudo por el río y se internó con su flota por aquel brazo fluvial que se desviaba
por entre las montañas y conducía a la capital del reino de Musicano; pudo llegar
a las fronteras de este reino antes de que el príncipe sospechara siquiera la posi
bilidad de un ataque. Aterrado ante la inminencia del peligro, el príncipe quiso
hacer olvidar a Alejandro su arrogancia anterior por medio de un bajo y repen
tino servilismo; se presentó ante él en persona y le llevó numerosos y valiosísimos
regalos, entre ellos todos sus elefantes; encomendó a la gracia del rey su persona
y su país y confesó —sabiendo, tal vez, que era el medio más seguro para congra
ciarse con él— que había incurrido en una grave falta. Alejandro le perdonó, en
efecto, y le comunicó que su país seguiría gobernado por él bajo la soberanía
macedonia. La exuberante naturaleza de aquellas tierras le llenó de asombro; la
ciudad que servía de residencia al príncipe, estratégicamente situada para la defen
sa de todo el país, habría de ser asegurada por medio de una ciudadela, que Cra
tero quedó encargado de construir, y de una guarnición de tropas macedonias.
Hecho esto, el rey partió con los arqueros, los agríanos y la mitad de las
hiparquías hacia el país de los prestios y contra el príncipe Oxicano, al que otros
llaman Porticano, el cual, resistiéndose a someterse, se había encerrado en su
capital con grandes contingentes de hombres armados. El rey se acercó a sus tie
rras y tomó sin ningún esfuerzo una de las primeras ciudades del principado;
pero el príncipe, a quien no había fascinado el ejemplo de Musicano, esperó al
enemigo detrás de las murallas de su capital. Alejandro llegó delante de ella,
comenzó las operaciones de sitio, y al tercer día estaba ya tan adelantado que el