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54 MACEDONIA; SU MONARQUIA
vinculado a su linaje; y a Filipo, el hermano de Pérdicas, se le asignó por el
mismo concepto una zona de territorio en la cuenca del alto Axios. Era evidente
que la monarquía no podría llegar a fortalecerse si no obligaba a someterse a
estas líneas de príncipes, sobre todo mientras se encontrasen apoyadas por los
peonios, los agríanos, los lincestios y otras tribus fronterizas acaudilladas por
príncipes independientes. Al parecer, fué Alejandro I, en tiempo de las guerras
persas, el primero que obligó a los lincestios, a los paiones, a los orestes y a los
tinfaios a reconocer y acatar la soberanía del rey de Macedonia; pero los príncipes
encumbrados en aquellos territorios conservaron su rango como tales y, con él,
sus dominios principescos.
Es muy poco lo que sabemos acerca de la organización política y adminis
trativa de Macedonia* para poder decir hasta dónde llegaban las atribuciones
del rey. No cabe duda de que el poder real incluía facultades muy amplias, pues
sabemos qué el rey Arquelao, en la última década de la guerra del Peloponeso,
creó multitud de instituciones nuevas y que Filipo II reorganizó el régimen
monetario de su país, extraordinariamente embrollado hasta entonces, y el hecho
de que este mismo monarca pudiera crear, como lo hizo, un ejército completa
mente nuevo nos lleva a la misma conclusión. Pero no cabe duda de que la
costumbre y la práctica dictaban el derecho y llenaban las lagunas de la constitu
ción del reino. Y podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la monarquía
macedonia distaba tanto del despotismo asiático como el pueblo gobernado por
ella de la esclavitud y el sometimiento servil; “los macedonicfs son hombres
libres”, dice un escritor antiguo, no penestas como la masa del pueblo de Tesalia,
ni ilotas como los campesinos espartanos, sino un pueblo dedicado a la labranza,
que no carecía, indudablemente, de tierras propias, poseídas en dominio libre
y hereditario, y tenía, evidentemente, su propia organización municipal, con
sus asambleas locales y su jurisdicción propia, y en que todos los individuos
venían obligados a empuñar las armas cuando el rey consideraba oportuno movi
lizar al país. Todavía en tiempos posteriores se considera al ejército como al
pueblo en armas y se le convoca en asambleas populares para deliberar y emitir
fallos judiciales.
Dentro de este ejército se destaca claramente una numerosa nobleza conoci
da con el nombre de hetairos o camaradas de guerra, nombre con que nos en
contramos ya en los cantos homéricos. Difícilmente podemos considerar a esta
nobleza de las armas como una clase señorial; sus rasgos distintivos reducíanse,
probablemente, a esto: mayor fortuna, el recuerdo de una descendencia noble
y un contacto más estrecho con la persona del rey, el cual recompensaba con
honores y regalos a sus leales servidores. Hasta las mismas familias de la nobleza
principesca, que en otro tiempo habían ejercido autoridad propia en las tierras
altas y que aun después de incorporarse a la monarquía macedonia, cuando ésta
se hizo más fuerte, siguieron conservando la posesión de sus dominios, hubieron
de someterse, indudablemente, en unión de sus pueblos, a las condiciones gene-
* Véase nota 1, al final.