Page 75 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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ASESINATO  DE  FILIPO  II                  67

          Llegó  así  el  año  336.  Los  preparativos  para  la  guerra  contra  los  persas  pro­
      seguíanse  con  la  mayor  premura,  fueron  llamados  los  contingentes  que  debían
      aportar los  estados  federados  y  se  envió  al  Asia,  como  descubierta,  una  cantidad
      importante  de  fuerzas  armadas  al  mando  de  Parmenión  y  de  Atalo,  con  el  en­
      cargo  de ocupar los puntos  situados al  otro lado  del Helesponto y abrir el  camino
      al  gran  ejército  confederal.  Era  muy  extraño,  en  verdad,  que  el  rey  dividiese  de
      este  modo  sus  fuerzas  y  doblemente  extraño  que  se  prestase  a  separarse  de  una
      parte  de  ellas  -—la  cual,  además,  podía  no  ser  lo  suficientemente  nutrida  para
      hacer  frente  a  todas  las  contingencias  que  pudieran  presentarse—  antes  de  que
      estuviese  completamente  consolidada  la  situación  política  dentro  del  país.  No
      perdía  de  vista  los  movimientos  que  estaban  produciéndose  en  el  Epiro;  detrás
      de  ellos  parecía  asomar  una  guerra,  que  no  sólo  amenazaba  con  demorar  todavía
      más  la  expedición  contra  los  persas,  sino  que,  aun  en  caso  de  que  terminase
      felizmente,  no  prometía  ganancia  importante  alguna  y,  en  cambio,  si  llegaba  a
      perderse,  podía  echar por  tierra  de  golpe  la  trabajosa  obra  llevada  a  cabo  por  el
      rey  en  veinte  años  de  esfuerzos.  Había  que  evitar  la  guerra  a  todo  trance  y  no
      dejar  que  el  molosio  continuase  en  una  posición  tan  insegura  con  respecto  a
      Macedonia.  Filipo  le  prometió  en  matrimonio  a  su  hija  Cleopatra,  cuya  madre
      era  Olimpia;  las  bodas  debían  celebrarse  en  el  otoño  del  mismo  año,  y  el  rey
      decidió  rodearlas  del  máximo  esplendor  y  hacer  de  ellas  la  fiesta  de  la  reconci­
      liación  de los  helenos  y,  al  mismo  tiempo,  la  común  consagración  para  la  guerra
      contra  los  persas.  No  en  vano  el  oráculo  de  Delfos  había  contestado  a  su  pre­
      gunta  de  si  vencería  al  rey  de los  persas  con  estas  alentadoras  palabras:  “El  toro
      está  ya  coronado;  termina  la  obra;  el  sacerdote  está  dispuesto  para  el  sacrificio.”

                              ASESINATO  DE  F ILIP O   II

          Pausanias  era  uno  de  los  jóvenes  nobles  de  la  corte;  distinguíase  por  su
      gran  belleza  y  gozaba  del  favor  del  rey.  Había  sido  gravemente  injuriado  en  un
      banquete  por  Atalo;  recurrió  al  rey  para  que  su  ofensor  fuese  castigado;  Filipo
      censuró  la  conducta  de  Atalo,  pero  en  vez  de  dar  satisfacción  al  ofendido,  quiso
      apaciguarlo  con  regalos  y  nombrándolo  para  prestar  servicio  en  su  guardia  per­
      sonal.  Después  de  esto,  el  rey  tomó por esposa  a  la  sobrina  de Atalo  y éste  casó
      con  la  hija  de  Parmenión;  Pausanias  vió  frustradas  sus  esperanzas  de  vengarse
      de  la  afrenta  sufrida;  esto  hizo  que  arreciasen  su  odio  y  su  ira  contra  el  que,
      debiendo  reparar  su  honor,  lo  había  dejado  en  entredicho.  Y  no  era  él  solo,  en
      su  familia,  quien  abrigaba  tales  sentimientos;  sus  hermanos,  de  la  rama  de  los
      lincestios,  no  habían  olvidado  todavía  lo  que  fueran  su  padre  y  su  hermano;
      mantenían  relaciones  secretas  con el  rey  de los  persas  y  eran  tanto  más  peligrosos
      cuanto  menos  lo  parecían.  Por  debajo  de  cuerda  iba  creciendo  y  aglutinándose
      el  partido  de  los  descontentos.  Hermócrates,  el  sofista,  atizaba  el  fuego  con  las
      malas  artes  de  sus  discursos  y  supo  ganarse  la  confianza  de  Pausanias.  Un  día
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