Page 72 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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64 JUVENTUD DE ALEJANDRO
a través de él sobre todo lo que le rodeaba, sobre la nobleza y sobre todo el
pueblo, y acabó convirtiéndose en la tónica dominante de la vida macedónica,
presente en todos sus actos, en el secreto fascinante de su porvenir: los mace
donios luchaban contra los tracios y alcanzaban victorias sobre los helenos, pero
la gran meta por la que luchaban y por la que vencían era otra, era el oriente.
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En este ambiente discurrieron los años de infancia de Alejandro; las leyen
das del oriente, del sereno río de oro y de la fuente del sol, de la viña dorada
con esmeraldas por uvas, de las praderas de Nisa recorridas por Dionisos, llena
rían desde muy pronto, con su luz y sus colores fascinantes, la imaginación del
niño. Luego, a medida que fué creciendo, escucharía los relatos de las victorias
de Maratón y de Salamina, oiría hablar de los templos y las murallas sagradas
destruidos y mancillados por el rey persa con sus ejércitos de esclavos, de cómo
su antepasado, el primer Alejandro, se había visto obligado a ofrecer a los persas
tierra y agua y a servir en sus filas contra los helenos, y de cómo llegaría el día
en que los macedonios fuesen al Asia para vengar a sus abuelos. Cuando llegaban
a Pella embajadores de la corte del rey persa, les interrogaba con mucha seriedad
sobre los ejércitos y los pueblos de aquel imperio, sobre sus leyes y costumbres, so
bre la organización y la vida de sus pueblos; los persas mostraban su asombro
ante la curiosidad del muchacho.
Otro hecho de gran importancia fué que Alejandro tuvo por maestro, en
los años de su adolescencia (345-344), al más grande pensador de la antigüedad.
Cuéntase que Filipo escribió a Aristóteles, poco después de nacer su hijo, rogán
dole que se encargara de su educación, con estas o parecidas palabras: “No es
el hecho de que haya nacido lo que me llena de alegría, sino el que haya nacido
en tu tiempo; si tú lo educas y lo instruyes, será digno de nosotros y del destino
que está llamado a heredar.” El hombre que supo conquistar el mundo con el
pensamiento educó al que había de conquistarlo con la espada; de él es la gloria
de haber infundido a aquel muchacho apasionado la santidad y la grandeza del
pensamiento, el pensamiento de la grandeza que le enseñó a despreciar los goces
pequeños y a huir de los placeres, que ennobleció su pasión y dió profundidad y
equilibrio a sus fuerzas. Alejandro sentía y conservó siempre la más profunda
veneración por su maestro: a su padre le debía solamente la vida; a su maestro
el haber sabido vivirla dignamente.
Estas fueron las influencias que formaron su genio y su carácter; aquel
joven nacido para grandes hazañas y lleno de sed de gloria debía de contemplar
con tristeza las victorias de su padre, que no parecían dejar nada para él. Su
prototipo era Aquiles, de cuyo linaje se enorgullecía de descender y a quien ardía
en deseos de imitar en la gloria y en el sufrimiento. Como aquél a Patroclo,
amaba apasionadamente a Efestión, su amigo y compañero de juventud; y si
consideraba afortunado a su gran afortunado mitológico por haber encontrado