Page 74 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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66                 DISENSIONES  EN  LA  FAMILIA  REAL

      vino,  la  ira,  la  herida  de  Queronea,  aún  no  cicatrizada,  le  hicieron  vacilar;  perdió
      el  equilibrio  y  dió  con  su  cuerpo  en  tierra.  Los  amigos  apresuráronse  a  llevar  a
      Alejandro  fuera  de  la  sala.  “Mirad,  amigos  —dijo,  al  salir  de  la  estancia—,  a
      ese hombre que  quiere  pasar  de  Europa  al  Asia  y  no  es  capaz  de  ir  de  una  mesa
      a  otra  sin  caerse.”  Después  de  aquello,  salió  de  Macedonia  con  su  madre;  ella
      se  trasladó  a  su  patria  natal,  el  Epiro,  y  Alejandro  siguió  hacia  Iliria.
          Pasado  algún  tiempo,  Demarato,  un  huésped  corintio,  presentóse  en  Pella;
      después  de  cambiarse  los  primeros  saludos,  el  rey  le  preguntó  cómo  marchaban
      las  cosas  entre  los  helenos  y  si  reinaban  allí  la  paz  y  la  concordia.  “ ¡Oh,  rey!
      —cuentan  que  contestó  el  huésped,  con  noble  franqueza—.  ¿Preguntas  si  hay
      paz y concordia  entre los  helenos,  cuando has llenado  tu  propia  casa  de  discordia
      y  de  odio,  alejando  de  ti  a  quienes  debieran  serte  los  seres  más  caros?”  El  rey
      guardó  silencio;  sabía  cuán  querido  era  Alejandro,  lo  que  valía  y  lo  que  era;
      temía  dar  a  los  helenos  motivo  para  murmuraciones  y  tal  vez  elementos  para
      peligrosos  planes.  El  propio  Demarato  asumió  el  papel  de  mediador  entre  el
      padre y el hijo; pronto estuvieron reconciliados, y Alejandro  regresó  a  Macedonia.


                  DISENSIONES  EN   E L   SENO  DE  LA  FA M ILIA   REAL.  ATALO
          Pero  Olimpia  no  olvidaba las  injurias  y el  repudio  de  que  había  sido  objeto.
      Permaneció  en  el  Epiro.  No  cejaba  en  el  empeño  de  convencer-a  su  hermano
      de  que  se  levantase  en  armas  contra  Filipo  para  sacudir  su  yugo.  Y  no  dejaría
      tampoco  de  atizar  el  descontento  y los  recelos  de  su  hijo.  Los  motivos  para  dar­
      les  pábulo  no  faltaban;  Atalo  y  sus  amigos  seguían  ocupando  los  primeros  pues­
      tos  en  todos  los  negocios  del  estado.  Los  temores  de  Alejandro  se  acrecentaron;
      llegó  a  considerar  en  peligro  sus  derechos  al  trono  cuando  supo  que  a  los  emba­
      jadores  del  dinasta  de  la  Caria,  Pixodaro,  que  habían  venido  a  solicitar  una
      alianza  con  Filipo  y  a  proponer  un  enlace  matrimonial  entre  ambas  casas
      reinantes,  se les  señalaba  como  marido,  para  la  hija  del  dinasta  cario,  a  Arridaio,
      el  hijo  dado  al  rey  por  la  tesaliense.  Los  amigos  de  Alejandro  mostráronse  de
      acuerdo  con  él:  era  necesario  proceder  sin  demora  y  con  toda  energía  para  salir
      al  paso  de  los  planes  paternos.  Un  actor  llamado  Tésalo,  confidente  de  Ale­
      jandro,  fué  enviado  al  dinasta  de  la  Caria  para  hacerle  saber  que  no  debía  en­
      tregar  su  hija  a  aquel  bastardo  imbécil  y  que  Alejandro,  hijo  legítimo  del  rey  y
      heredero  de  su  trono,  estaba  dispuesto  a  ser  yerno  de  un  soberano  tan  poderoso.
      Cuando  Filipo  se  enteró  de  la  intriga,  no  pudo  contener  su  furia;  en  presencia
      del  joven  Filotas,  uno  de los  amigos  de  Alejandro,  reprochó  a  éste  su  proceder  y
      sus  tratos  secretos;  dijo  que  un  príncipe  como  él,  por  su  alta  alcurnia,  por  su
      fortuna  y  por  la  misión  a  que  estaba  llamado,  debía  avergonzarse  de  solicitar  en
      matrimonio  a  la  hija  de  un  cario,  a  la  esclava  de  un  rey  bárbaro.  Los  amigos
      y  consejeros  de  su  hijo,  Harpalo,  Neraco,  Tolemao,  el  hijo  de  Lago,  los  herma­
      nos  Erigió  y  Laomedón,  fueron  desterrados  de  la  corte  y  del  país  y  se  exigió  a
      los corintios la entrega de Tésalo,  el emisario.
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