Page 71 - Droysen, Johann Gustav - Alejandro Magno
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OLIMPIA                             63



                                    O LIM PIA
          El  reverso  más  completo  de  él  lo  tenemos  en  su  esposa,  Olimpia,*  hija  del
      rey  Neotolomeo  del  Epiro  y  descendiente  de  Aquiles.  Filipo  habíala  conocido,
      siendo  joven,  en  las  fiestas  de  los  misterios  de  Samotracia  y  la  tomó  por  esposa
       con  el  consentimiento  de  su  tío  y  tutor  Aribdas.  Bella,  retraída,  llena  de  fuego
      interior, rendía culto secreto a Orfeo y Baco y estaba entregada con el  mayor furor
       a las oscuras artes  de brujería  de las  mujeres  tracias;  cuéntase  de  ella  que  tomaba
       parte  en  las  bacanales  nocturnas,  poseída  de  loco  frenesí,  y  que  se  la  veía  co­
       rrer por  las  montañas  a  la  cabeza  de  los  demás  bacantes,  agitando  locamente  la
       serpiente  y  el  tirso;  sus  sueños  copiaban  las  imágenes  fantásticas  de  que  estaba
      llena  su  cabeza;  se  dice  que  en  la  noche  anterior  a  su  boda  soñó  que  una  tor­
       menta  espantosa  la  abatía  y  que  un  rayo  inflamaba  su  vientre,  provocando  en
       él  un  incendio  salvaje,  para  deshacerse  luego  en  tremendas  llamaradas.
           Cuenta  la  tradición  que  en  la  noche  en  que  Olimpia  trajo  al  mundo  a  su
       hijo  Alejandro  (año  356)  fué  destruido  por  el  fuego  el  templo  de  Artemisa  en
       Efeso,  que  era  para  los  helenos,  con  su  megabyzos  a  la  cabeza  de  sus  circunci­
       dados  y sus hieródulos,  un  santuario  auténticamente  oriental,  y  que  el  rey  Filipo
       recibió  la  noticia  del  nacimiento  de  su  hijo  a  la  par  con  los  mensajes  de  tres
       victorias:  con  ello,  la  tradición  quiere  expresar  legendariamente  el  sentido  de
       una vida  ricamente  heroica  y  el  gran  pensamiento  de  una  trabazón  sobrenatural
       que  los  investigadores  se  han  esforzado  vanamente  en  investigar,  aunque  los  más
       han  pasado  sobre  ella  como  sobre  algo  ajeno  a  su  competencia.
           Hablando  del  rey  Filipo,  dice  Teopompo:  “Jamás  produjo  Europa,  bien
       mirada la cosa,  un  hombre como el  hijo  de Amintas.”  Sin  embargo,  a  este  hom­
       bre  tenaz,  calculador,  infatigable  para  el  trabajo,  le  faltó,  para  llegar  a  realizar la
       obra  en  que  veía  la  meta  de  su  vida,  un  algo  final,  que  no  se  encontraba  en  su
       camino.  Es  posible  que  la  gran  idea  de  unificar  el  mundo  helénico,  de  elevar
       la  mirada  de  sus  macedonios  hacia  horizontes  cada  vez  más  altos,  no  fuese,  en
       su espíritu,  más  que  un  medio  para  un  fin;  aquella  idea  se  la  trazaba  la  cultura,
       la  historia  del  helenismo;  fué  la  fuerza  de  las  condiciones  con  las  que  tuvo  que
       luchar tanto y tan  duramente la  que le  empujó  hacia  esta  idea,  y  110 la  necesidad
       y  la  fuerza  irresistible  de  la  idea  misma  las  que  le  arrastraron  a  su  realización;
       llega  uno  a  dudar  si  creía  realmente  en  ella,  cuando  se  le  ve  vacilar  constante­
       mente, entregarse a nuevos  y nuevos preparativos,  desviarse  del camino  para abor­
       dar  otras  tareas;  no  cabe  duda  de  que  estas  tareas  y  estos  preparativos  eran
       necesarios, pero  no  es  escalando el  Pelión para  remontarse  de  allí a  la  Osa  Mayor
       como  se llega  al  Olimpo  de  los  dioses.  No  cabe  duda  de  que  veía  más  allá  del
       mar  la  tierra  prometida  de  las  victorias  y  del  porvenir  de  Macedonia;  pero  las
       nubes  empañaron  la  claridad  de  su  visión  y  sus  planes  se  nublaron  con  las  for­
       mas placenteras de sus deseos.  Y este mismo anhelo  de la  gran obra  proyectábase

          *  Véase  nota  2,  al  final.
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