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GUERRA  CIVIL  II


                XXII.        1  Los  masilienses,  agobiados  por  todas  las
           calamidades;  1  reducidos  a  la más grande  carencia  de  ví­
           veres;  2  dos veces 3  derrotados  en batalla naval; 4  desola­
           dos,  inclusive,  por  una  grave  epidemia,  debida  al  largo
           encierro 5  y al cambio de alimentación 6  —todos, en efecto,
           se  nutrían  con  mijo  rancio 7  o  con  cebada  descompuesta
           que,  acopiados desde mucho tiempo antes para una contin­
           gencia como la presente, guardaran en el granero público—;
           con  una  torre  desmantelada8  y  una  gran  parte  de  su
           muralla  derrocada;  9  desahuciados  de  la  ayuda  de  la  pro­
           vincia y de algún ejército —que ellos  sabían haber quedado
           bajo  la  potestad  de  César—,  deciden  rendirse  sin  dolo.10
           2  Pero  pocos  días  antes  Lucio  Domicio,  entendida  la
           intención  de  los  masilienses,  habiendo  preparado  tres  na­
           ves, 11  de  las  cuales  dos  había  cedido  a  sus  allegados  y
           en  una  se  había  embarcado  él,  aprovechando  un  tiempo
           nebuloso,  dio  en  escapar.           3  Descubriéndolo  las  tripu­
           laciones que, por orden de Bruto,  según la cotidiana rutina,
           vigilaban  el  puerto,12  levando  anclas  se  aplicaron  a  per­
            seguirlo.      4  De dichos  navios uno,  el  de  Domicio, acen­
           tuó su rapidez  y  perseveró  en  su  fuga,  mientras  los otros
            dos,  despavoridos  por  la  persecución  de  nuestras  naves,
           regresaron a puerto.            5  Los  masilienses  entregan, como
            se  les ordena,  las  armas  y  la  artillería  de  la  plaza,  sacan
            sus  barcos  del  puerto  y  de  los  astilleros,  y  entregan  el
            dinero  de  su  erario.         6  Hecho  lo  cual,  César,  conser­
            vando  a  la  ciudad,  más por su  fama  y  por  su  antigüedad
            que por merecérselo,  deja  en ella dos  legiones  como  guar­
            nición y envía  las  demás  a  Italia;  y  él  mismo se encamina
            a  la  metrópoli.13


               XXIII.        1  Por  ese  mismo  tiempo,1  Cayo  Curión2
            sale  de  Sicilia  hacia  el  África 3  y,  ya  desde un  principio
            despreciando los contingentes de Attio Varo, 4  llevaba sólo
            dos  de  las  cuatro legiones 5  que  había  recibido  de  César,
            así  como  quinientos  soldados  de  caballería;  y,  empleando
            dos  días  y  tres  noches  de  navegación,6  arriba  al  lugar


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