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GUERRA  CIVIL  II


              XL.       1  Juba,  enterado  por  Saburra  del  combate  noc­
           turno,  envía  secretamente  a  éste  dos  mil  caballeros  his­
          panos y galos  que  él  conservaba  en  torno  de  sí,  a manera
          de  escolta,  y  además  la  parte  de  los  infantes  en  la  que
          más  confiaba;  y  él  mismo,  con  las  restantes  fuerzas  y
          cuarenta  elefantes,  lo  sigue  más  lentamente.                 2  Sospe­
          chando que, después de haber enviado su caballería, Curión
           habría de presentarse personalmente  al  campo  de batalla,1
           Saburra  forma  sus  tropas  y  les  ordena  que,  simulando
           temor,  poco a  poco  cedan  y  den  marcha  atrás;  él  mismo,
           cuando  se  hiciese  necesario,  había  de dar  la  señal de com­
          bate  y  cuando  se  enterase  de  las  necesidades  tácticas,
          ordenaría lo oportuno sobre la marcha.                   3  Curión,  agre­
          gando a  su  ilusión  anterior  su  convicción  a  propósito  de
           la  situación  actual,  pensando  que  el  enemigo  huía,  tras­
          lada sus fuerzas de las alturas en que estaban a la planicie. 2



              XLI.       1  Habiendo  progresado  algún  tanto  de  dichos
           lugares,1  al  ver  a  su  ejército  agotado  por  el  esfuerzo  de
          caminar  dieciséis  millas,2  se  detiene.              2  Saburra  da  la
           señal  de  batalla,  organiza  sus  escuadrones  y  comienza  3
           recorrer  las  filas  y  animarlas;  pero  la  infantería  la  deja
           a  cierta  distancia  a  fin  de  que  sólo  sirva  para  ser  vista 3
          y  dispone  a  la  caballería  para  la  batalla.            3  No  carece
           de  ánimo  Curión  en  la  circunstancia  y  exhorta  a  los
           suyos  en  que  coloquen  toda  su  esperanza  en  su  valor.
           No  faltaba  tampoco  ni  entusiasmo  ni  valentía  a  los  sol­
           dados  de  infantería,  aunque  extenuados,  ni  a  los  de
          caballería,  aunque  eran  pocos  y  estaban  exhaustos,  pero
           estos últimos eran en número de doscientos, pues los demás
           se habían ido quedando en el camino. 4                 4  Estos últimos,
           cualquiera que  fuese el tramo en que se lanzaban al ataque,
           obligaban al enemigo a ceder  el sitio, pero ni podían perse­
           guir al  enemigo  por  largo  trecho,  ni  acicatear  con  mayor
           ahínco  a  sus  caballos. δ         5  Por  otra  parte,  la  caballería
           enemiga comenzó a envolver a nuestro ejército y a arrollar
           a  sus  contrarios.        6  Cuando  nuestras  cohortes  corrían,



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