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GUERRA  CIVIL  III


           minuyese, habiendo encontrado el  puerto  que  se  denomina
           Ninfeo, e  a  cinco  millas  al  norte  de  Lisso, 7  metieron  en
           él  sus naves —aunque  este puerto protegía  sólo  del viento
           del  sudoeste  y  no  proporcionaba  seguridad  respecto  del
           viento  del  sur—,  pues  estimaban  menor  el  riesgo  de  la
           tormenta  que  el  de  la  armada  enemiga.                  5  Y  apenas
           estuvieron  dentro  de  él,  cuando  he  aquí  que  con  suerte
           increíble,8  el  viento  del  sur,  que  había  estado  soplando
           durante  dos  días,  se  convierte  en  viento  del  sudoeste. 9


              XXVII.          1  Se  pudo  advertir,  entonces,  una  súbita
           transformación de la suerte: 1  a  quienes poco antes sobre­
           cogía el  espanto, los  recibía ahora un puerto abrigadísimo,
           y  quienes  habían  significado  un  riesgo  para  nuestros
           navios,  se  veían  constreñidos  a  temer  por  su  parte.2
           2  Y así,  trastocado el  tiempo, la borrasca protegió, por un
           lado,  a  los  nuestros,  y  abrumó,  por  el  otro  a  las  naves
           rodias, al grado  de que, uno a uno, todos los barcos cubier­
           tos,  en  número de  dieciséis,  quedaron destrozados y  pere­
           cieron  en el naufragio,  y  de  su  gran  cantidad  de  remeros
           y  combatientes,  una  parte,  arrojada  contra  los  escollos,
           sucumbió,  y  la  otra  fue  salvada  por  los  nuestros,  y  sus
           integrantes,  preservados  por  César,  fueron  despachados
           a sus  casas.3


              XXVIII.          1  Dos  de  nuestros  navios,  habiendo  reali­
           zado su viaje con mayor retraso,  sorprendidos por la noche
           e  ignorando  en qué  sitio  habían  ido  a  parar los  restantes,,
           echaron  anclas  frente  a  Lisso.            2  Otacilio  Craso,1  que
           comandaba  Lisso,  trató  de  acometerlos,  enviando  contra
           ellos  una  multitud  de  lanchas  y  navecillas  menores,  a
           tiempo que gestionaba  su rendición y prometía la indemni­
           dad  a  quienes  se  entregaran  espontáneamente.                    3  Uno
           de  dichos  barcos  estaba  cargado  con  doscientos  veinte
           hombres  de  una  legión  de  reclutas  novicios,2  y  el  otro
           con  poco  menos  de  doscientos  de  una  legión  veterana.
           4  Por la conducta de ambos se pudo deducir cuánto prove-


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