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GUERRA  CIVIL  III


         cho sacan los hombres de su presencia de ánimo. 3 Los biso-
          ños,  arredrados por el hervidero de embarcaciones y  tras­
         tornados por  el oleaje y  el  mareo,  se  rindieron a  Otacilio,
          después de  admitir  su  juramento de  que  no  serían  perju­
          dicados  como  enemigos:  y  todos  ellos,  conducidos  ante
         aquél, contra el menor escrúpulo de su compromiso fueron
          atrozmente  degollados  en  su  presencia. 4               5  En  cambio,
          los  soldados  de  la  legión  veterana,  aunque  no menos  per­
          turbados  por  la  marea  y  las  incomodidades  de  su  maz­
          morra, 5  no  consideraron  que  debían  ceder  nada  en  su
          firmeza  habitual,  y  prolongando  hasta  la  primera  parte
          de  la  noche  los  tratos  sobre  las  condiciones  de  su  rendi­
          miento  así  como  la  simulación  de  su  entrega,  obligan  al
          timonel a  echar  a  tierra  su  nave, 6  y, habiendo  encontrado
          un  sitio  idóneo, pasan  en él  la  parte  restante  de  la  noche,
          y  al  primer  albor,  cuando  Otacilio  les  echa  encima  a  los
          casi  cuatrocientos  jinetes  que  patrullaban  aquel  paraje  de
          la  ribera  marítima —a  los cuales  se  incorporaron  algunos
          militares  de la  guarnición  de  la  plaza— 7  se  defienden  y,
          muertos  algunos  de  ellos,  los  demás  hacen  contacto,  in­
          demnes, con nuestras tropas. 8


             XXIX.             1  Sucedido  lo  cual,  la colonia  de ciudadanos
          romanos  que  ocupaba  Lisso,  ciudad  que  antaño  les  había
          César  atribuido 1  y les  había  procurado  fortificar,  acogió
          a Antonio y le prestó su ayuda en  todo.  Otacilio, temiendo
          por  sí  mismo,  sale  de  la  plaza  y  se  llega  hasta  Pompeyo.
          2  Desembarcadas  todas  las  fuerzas  de  Antonio,  cuyo  nú­
          mero total era de tres legiones de veteranos y una de reclu­
          tas,  más  ochocientos  jinetes,  él  regresó  la  mayor  parte
          de  sus naves a  Italia, con  el objeto  de  que pudieran trans­
          portar  más  soldados,           3  y  dejó  en  Lisso  ciertas  barca­
          zas, 2  que  son  una  especie  de  naves  gálicas,  con  el
          propósito  de  que,  si  Pompeyo  considerase  eventualmente
          indefensa  la  Italia3  y  trasladase  hacia  ella  su  ejército
          —opinión que  se  había  difundido  entre  el vulgo— tuviera
          César alguna posibilidad de perseguirlo; y al mismo tiempo


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