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GUERRA  CIVIL  III


           lanzaran al combate, sobre todo porque un arroyo de escar­
          padas orillas, arrimado al campo de Escipión, obstaculizaba
           la  marcha  de  los  nuestros.          4  Cuando  Escipión  se  dio
           cuenta  del  entusiasmo  y  la  bravura  de  éstos,  conjeturó
           que al día siguiente, o se vería obligado a pelear por fuerza,
           o debería permanecer en su campamento, con serio desdoro
           propio, él, que había llegado en medio de tanta expectación,
          y  así, su irreflexivo  avance  tuvo un  resultado  deplorable y,
           durante  la  noche,  sin  los  gritos  usuales  de  “¡ a  la  impedi­
           menta!”, 2  volvió  a  pasar  el  río  y  regresó  al  paraje  de
           donde  había  venido,  y cerca  de  la  corriente,  en  un  lugar
           elevado, levanta  su  campamento.               5  Después  de algunos
           días  apostó  una  emboscada  de  caballería  en  un  lugar  al
           que  los  días  anteriores  casi  siempre  llegaban  los  nuestros
           a  forrajear,  y  como,  conforme  a  la  costumbre  cotidiana,
           Quinto Varo, 8  prefecto de la caballería de Domicio, llegase
           al  lugar  susodicho,  de  repente  los  enemigos  surgieron  de
           su emboscada.          6  Pero los nuestros afrontaron con ener­
           gía la carga del  adversario,  se formaron rápidamente,  cada
           quien  en  sus  filas,  e  inclusive,  conjuntamente,  lanzaron
           al  enemigo  una  acometida.              7  Con  cerca  de  ochenta
           muertos  de parte  de  éste,  y  los  demás  echados  a  la  fuga,
           los nuestros, con dos bajas,  regresaron a  su campamento.4


              XXXVIII.               1  Cumplidas estas acciones,  Domicio, es­
           perando  poder  atraer  a  un  encuentro  a  Escipión,  fingió
           que,  obligado  por  la  carencia  del  avituallamiento,  dejaba
           su  campamento  gritando  “¡a  los  bagajes!”,  según  la  cos­
           tumbre militar,  y  adelantándose  unas  tres  millas,1  donde,
           en  un  lugar  adecuado  y  oculto,  colocó  a  todo  su  ejército
           y  caballería.       2  Escipión,  presto  a  seguirlo,  envió  por
           delante a explorar y reconocer el camino,  a una gran parte
           de  sus  jinetes.       3  Los  cuales,  habiendo  avanzado  y  es­
           tando  ya  dentro de  la emboscada con  sus  primeros escua­
           drones, 2  con  suspicacia  infundida  por  la  nerviosidad  de
           los  caballos,  comenzaron  a  replegarse  hacia  sus  compa­
           ñeros, 3  y  cada  quien  empujaba  a  los  otros,  hasta  que,


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