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GUERRA  CIVIL  III


           de  sus  bastiones  quince  cohortes,  las  conduce  a  aquella
           parte  de  las  fortificaciones  que  se  hallaba  junto  al  mar,
           lejísimos  del  cuartel  general  de  César.            3  En  el  mismo
           sitio,  congrega  las  naves  de  que  hemos  hablado,  llenas  de
           material  y  de  soldados  de  infantería  ligera,  así  como  los
           navios de guerra que tenía en  Dirraquio, e  instruye a cada
           quien  de  lo  que  pretende  hacer.               4  Había  puesto  al
           frente de  estas maniobras  al  cuestor  Léntulo  Marcelino,1
           con  la  legión  novena,  y  a  éste,  que  adolecía  de  muy mala
           salud,  agrega,  como  ayudante  a  Fulvio  Postumo. 2


              LXIII.        1  En aquella posición había un  foso de quin­
           ce  pies,1  del  lado  enemigo  se  alzaba  un  valladar  de
           quince pies, 2  de  elevación  y un terraplén  de  igual  altura;
           a  una  distancia  de  sesenta  pies  del  primero,  había  un
           segundo  vallado,  un  poco  más  bajo.                2  En  efecto,  en
           los  días  anteriores  César,  temeroso  de  que  los  nuestros
           fuesen  alcanzados  desde  las  naves  enemigas,  había  cons­
           truido allí  una  doble  palizada,  a  fin  de que,  aun  peleando
           en  los  dos  frentes  se  pudiera ofrecer  resistencia.  3  Pero
           la  extensión de  las  obras,  pese  al  continuo  trabajo  diario
           —puesto que  éstas  abarcaban  un  circuito  de diecisiete mi­
           llas—  no  había  dado  tiempo  de  concluirlas.                4  Así,  la
           palizada  que  del lado  del  mar  debía unir  estas  dos  fortifi­
           caciones,  no  se  había  realizado completamente.                  5  Esta
           circunstancia  era conocida  por  Pompeyo,  descubierta  que
           le  fue  por  los  tránsfugas  alobroges,  y  significaba  una
           grave  falla  para  los  nuestros. 3            6  Entonces,  mientras
           dos  cohortes  de  la  legión  novena  hacían  centinela  a  la
           orilla  del  mar,  llegaron  de  pronto,  al  amanecer,  los  pom­
           peyanos  y  el  arribo  de  su  ejército  fue  una  sorpresa  para
           los  nuestros;  los  soldados  transportados  por  las  naves,
           arrojaban sus proyectiles  contra  la palizada  externa,  llena­
           ban  los  fosos  de  material 4  y  los  legionarios,  apoyándose
           en  escalas,  aterrorizaban  a  los  defensores  de  la  fortifica­
           ción  interior,  con  proyectiles  de  infantería  y  de artillería,
           y  por  ambos  flancos  se  desparramaba  una  multitud  de



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