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GUERRA  CIVIL  III


            arqueros  rodeándonos  por  todos  lados.                 7  En  cambio,
            contra  el  lanzamiento de piedras,  que  eran  la  única  arma
            de los nuestros,  el  enemigo estaba protegido por los zarzos
            con  que  se  cubría los yelmos. Y  así,  mientras  los  nuestros
            eran  apremiados  en  todas  las  formas  y  apenas  podían
            resistir,  los  contrarios  se percataron  de  la  falla  de defensa
            de  que  hemos  hablado5  y ,. entre  las  dos  estacadas  por
            donde  la  obra  no  había  concluido,  desembarcaron  de  sus
            naves  por  el  lado  del  mar, asaltaron  la  parte  de  atrás  de
            los nuestros y, arrojándolos  de  las  dos  fortificaciones,  les
            hicieron volver las  espaldas.


               LXIV.         1  Notificado  de  este  desastre,  Marcelino
            manda del campamento,  en auxilio  de nuestros  derrotados,
            sus  cohortes  que,  viendo  a  los  que  huían,  ni  pudieron
            detenerlos  con  su  llegada,  ni  ellas  mismas  sostuvieron  el
           asalto  de  los  enemigos.            2  Y  así,  cualquier  refuerzo
            que  se añadía se  contaminaba  del  terror  de  los  que  huían
           y  el  peligro,  así,  aumentaba.            3  En  ese  combate,  ha­
           biendo  sido  aquejado  por  una  grave  herida  cierto  porta­
           estandarte, y  abandonándolo  las  fuerzas, al  ver a nuestros
           caballeros  dijo:

               Esta  águila  la  defendí  vivo  durante  muchos  años  con
               gran ahínco, y ahora, al morir, con lealtad igual la resti­
               tuyo a  César.  No queráis, os  lo suplico, permitir lo  que
               hasta  ahora  no  ha  acontecido  en  el  ejército  de  César:
               que  se  admita  una  ignominia  en  nuestro honor militar,
               y llevadla incólume hasta él.


           4  Por  esta casualidad  se  conservó  aquella águila, a pesar
           de haber muerto todos los centuriones  de la primera cohor­
           te,  excepto  el  princeps  prior. 1


              LXV.         1  Ya  los  pompeyanos,  en  medio  de  una
           cruenta  masacre  de  los  nuestros,  se  acercaban  al  campa­
           mento  de  Marcelino,  sobrecogiendo,  con  no  poco  terror,



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