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GUERRA  CIVIL  III


              XCIII.        1  Pero  nuestros  soldados,  una  vez  dada  la
          señal, al  avalanzarse con sus agresivos dardos y al advertir
          que  los  pompeyanos  no  se  acercaban,  adiestrados  por  la
          costumbre  y  ejercitados  por  anteriores  batallas,  espontá­
           neamente  se  contuvieron  y  casi  a  la  mitad  del  espacio  se
           pararon,  para  no  acercarse  al  enemigo  con  las  fuerzas
          agotadas  y,  dejando  pasar  un  breve  lapso,  renovando  al
           punto  su carrera,  arrojaron sus  proyectiles y  rápidamente,
           como  había  sido  ordenado  por  César,  desenvainaron  las
           espadas.       2  Y  por  cierto  que  los  pompeyanos  no  falla­
           ron  en  esta  circunstancia:  pues  recibieron  los  dardos  que
           se  les  lanzaron, afrontaron  el  choque  de  las legiones,  con­
           servaron  sus  filas  y,  después  de  lanzar sus  proyectiles,  se
           atuvieron  a  sus  espadas.          3  A  la  vez,  los  jinetes  todos,
           según  se  les  había  mandado,  se  lanzaron  por  el  ala  dere­
           cha de  Pompeyo y  con ellos  se diseminó toda una multitud
           de  arqueros.        4  Nuestra caballería  no  soportó  su  asalto
           sino que,  moviéndose,  cedió un poco  de  terreno, y  la  caba­
           llería  de  Pompeyo  comenzó  a  hostigarla  más  intensa­

           mente, a desplegarse en escuadrones 1 y a envolver a nues­
           tra  hueste  por  su  flanco  descubierto.               5  Cuando  ello
           fue  advertido  por  César,  éste  dio  la  señal  convenida2  a
           la  cuarta  fila  que  había  integrado  con  seis  cohortes.3
           6  Éstas  se  lanzaron  rápidamente  al  combate  y,  siguiendo
           a  sus banderas de ataque, asaltaron con  tanta energía a los

           jinetes  de  Pompeyo,  que  ninguno  resistió y  todos, vueltos
           hacia  atrás,  no  sólo  se  retiraron  de su  posición,  sino  que,
           al punto,  entregados a la  fuga, se precipitaron a los montes
           más  altos. 4        7  Quitados  éstos  de  en  medio,  todos  los
           arqueros y honderos, desamparados, inermes y carentes de
           escolta, fueron masacrados.             8  En el mismo asalto, nues­
           tras  cohortes,  pese a  los  que aún  combatían y  resistían en
           la  hueste  de  Pompeyo, envolvieron al  ala derecha  enemiga
           y  arremetieron  contra  los  adversarios  por  la  espalda.



              XCIV.         1  Al mismo tiempo,  César mandó a la tercera
           línea,  que  hasta  entonces  había  permanecido  inmóvil  y



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