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GUERRA  CIVIL  III


           lo     recibiera  en  Alejandría9  y,  con  sus  fuerzas,  lo  prote­
           giera en su adversidad.           4  Pero los emisarios a él envia­
           dos,  cumplido  el  encargo  de  su  comisión,  empezaron  a
           hablar  con  demasiada  franqueza  a  los  soldados  del  rey y
           a exhortarlos  a  que  prestaran  su  apoyo  a  Pompeyo y  no
           lo  menospreciaran  en  el  infortunio.               5  Entre  el  nú­
           mero  de  dichos  militares,  había  muchos  de  los  soldados
           pompeyanos  que  Gabinio  había  sacado  del  ejército  de
           aquél,10  trasladándolos de  Siria  a  Alejandría,  y  que  una
           vez terminada la  guerra  correspondiente, habían  permane­
           cido  al  lado  de  Tolomeo,  el padre  del  niño  monarca.



              CIV.       1  Enterados, pues,  de  estas charlas, los  favori­
           tos  del  niño,1  que,  a  causa  de  la  edad  de  éste, tenían  en
           cúratela  su  reino,  ya  incitados  por  el  miedo  —según  lo
           andaban  después  diciendo—  de  que  Pompeyo,  una  vez
           adueñado  del  ejército  real,  se  apoderase  de  Alejandría  y
           del  Egipto,  ya  escarneciendo  su  adversidad  —pues  casi
           siempre en el infortunio los amigos se convierten en enemi­
           gos—, 2  respondieron  a  los  emisarios  abiertamente,  de
           modo comedido, y los intimaron a que su jefe viniera a ver
           al rey;  2  pero los mismos, concertando un conciliábulo a
           hurtadillas,  encomendaron  a  Achilas,  prefecto  real  (sin­
          glo), 8 hombre  de singular atrocidad,  y a  Lucio  Septimio,
           a  la  sazón  tribuno  militar,4  la  muerte  de  Pompeyo.
           3  Éste,  abordado  por  ellos  con  cortesía,  y  sereno,  por
           cierto  conocimiento  que  tenía  de  Septimio,  pues  había
           comandado una centuria bajo sus  órdenes  en  la  guerra  de
          los  piratas,  aceptó  embarcarse  en  una  navecilla  pequeñí­
           sima,  con unos  pocos  de  sus  secuaces;  y  en  ella  fue  ase­
           sinado 5  por Achilas y por  Septimio.  Por su parte,  Lucio
          Léntulo  fue  detenido  por  el  rey  y  muerto  en  la  cárcel. e


             CV.       1  César, habiendo llegado al  Asia,1  se encontró
          con que Tito Ampio 2  había tratado de sustraer los tesoros
          de  Éf eso,3  sacándolos del templo  de  Diana, 4  y  habiendo
          citado,  para  tal  propósito,  a  todos  los  senadores  que  se



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