Page 181 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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figura la historia del hermoso dios del sol de ojos azules, cuyo cabello dorado le cae

  sobre  los  hombros,  vestido  de  la  cabeza  a  los  pies  de  blanco  inmaculado  y  con  el
  cordero de Dios en los brazos como símbolo del equinoccio vernal. Este joven bien

  parecido  es  una  mezcla  de  Apolo,  Osiris,  Orfeo,  Mitra  y  Baco,  porque  tiene

  determinadas características en común con cada una de estas divinidades paganas.

       Los filósofos de Grecia y Egipto dividían la vida del sol durante el año en cuatro
  partes,  con  lo  cual  representaban  al  Hombre  Solar  con  cuatro  figuras  diferentes.

  Cuando nacía en el solsticio de invierno, la divinidad solar se representaba como un

  niño  dependiente  que,  de  alguna  manera  misteriosa,  había  logrado  escapar  de  los

  poderes de la oscuridad que pretendían destruirlo mientras aún estaba en la cuna del
  invierno. El sol, débil durante esta estación del año, no tenía rayos (ni rizos) dorados,

  pero  la  supervivencia  de  la  luz  durante  la  oscuridad  del  invierno  se  simbolizaba

  mediante  un  pelo  diminuto  que,  en  solitario,  adornaba  la  cabeza  del  niño  celestial.
  (Como el nacimiento del sol tenía lugar en Capricornio, a menudo se lo representaba

  amamantado por una cabra).

       En  el  equinoccio  vernal,  el  sol  se  había  convertido  en  un  hermoso  joven.  Su
  cabello dorado le colgaba en rizos sobre los hombros y su luz, como decía Schiller, se

  extendía  por  todo  el  infinito.  En  el  solsticio  de  verano,  el  sol  se  convertía  en  un

  hombre fuerte y con mucha barba, que, en la flor de la madurez, simbolizaba el hecho

  de que la naturaleza, en aquella época del año, se encuentra en su momento más fuerte
  y más fecundo. En el equinoccio de otoño, se representaba el sol como un anciano

  que avanzaba arrastrando los pies, con la espalda encorvada y los rizos encanecidos,

  hacia el olvido de la oscuridad invernal. De tal modo se asignaban al sol doce meses

  de  vida.  Durante  este  período,  daba  vueltas  a  los  doce  signos  del  Zodiaco  en  una
  magnífica marcha triunfal. Al llegar el otoño, ingresaba, como Sansón, en la casa de

  Dalila (Virgo), donde le cortaban los rayos y perdía la fuerza. En la masonería, los

  crueles  meses  de  invierno  se  representan  mediante  tres  asesinos  que  pretenden
  destruir al Dios de la Luz y la Verdad.

       La  llegada  del  sol  era  saludada  con  alegría;  el  momento  de  su  partida  se

  consideraba  un  período  reservado  a  la  tristeza  y  la  desdicha.  Esta  esfera  del  día,

  gloriosa  y  resplandeciente,  la  verdadera  luz  «que  ilumina  a  todos  los  hombres  del
  mundo», el supremo benefactor que levantaba todas las cosas de entre los muertos,

  que daba de comer a las multitudes hambrientas, que apaciguaba la tempestad y que,

  después  de  morir,  resucitaba  y  devolvía  a  todas  las  cosas  a  la  vida…,  este  Espíritu

  Supremo  del  humanitarismo  y  la  filantropía  es  conocido  para  el  cristianismo  como
  Cristo, el Redentor de los mundos, el Hijo único del Padre, el Verbo hecho carne y la
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