Page 178 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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suprema del propio creador. De la profunda consideración filosófica de los poderes y
los principios del sol procede el concepto de la Trinidad, tal como la comprendemos
en el mundo actual. El principio de una divinidad trina no es exclusivo de la teología
cristiana ni de la mosaica, sino que constituye una parte notoria del dogma de las
principales religiones, tanto antiguas como modernas. Los persas, los hindúes, los
babilonios y los egipcios tenían sus propias trinidades, que, en todos los casos,
representaban las tres formas de la inteligencia suprema. En la masonería moderna, la
divinidad se simboliza mediante un triángulo equilátero, cuyos tres lados representan
las manifestaciones primarias del Uno Eterno, que es Él mismo representado como
una llama diminuta, que los hebreos llaman yod (י). Jakob Böhme, el místico teutón,
llama a la trinidad «los tres testigos» mediante los cuales el universo visible y tangible
puede conocer lo invisible.
El origen de la trinidad resulta evidente para quien observe las manifestaciones
cotidianas del sol, cuya esfera, que es el símbolo de la Luz, presenta tres fases
diferenciadas: la salida, el mediodía y la puesta. Por consiguiente, los filósofos
dividían la vida de todas las cosas en tres partes distintas: el crecimiento, la madurez y
la decadencia. Entre el crepúsculo matutino y el vespertino está el esplendor
resplandeciente del mediodía. Dios Padre, el creador del mundo, se simboliza en el
amanecer. Su color es azul, porque el sol que sale por la mañana está velado por una
niebla azul. Dios Hijo, el iluminador enviado para dar testimonio de su Padre ante
todos los mundos es el globo celeste a mediodía, radiante y magnífico, el león de Judá
con su melena, el salvador del mundo de dorada cabellera. El amarillo es Su color y
Su poder no tiene fin. Dios Espíritu Santo es la fase del ocaso, cuando la esfera del
día, envuelta en un rojo encendido, descansa por un instante sobre la línea del
horizonte, antes de desvanecerse en la oscuridad de la noche para vagar por los
mundos inferiores y después volver a salir, triunfal, del abrazo de la oscuridad.
Para los egipcios, el sol era el símbolo de la inmortalidad, porque, si bien moría
todas las noches, volvía a levantarse otra vez al día siguiente. El sol no solo tiene esta
actividad diurna, sino que, además tiene su peregrinación anual, durante la cual pasa
sucesivamente por las doce casas celestes del firmamento y en cada una permanece
treinta días. A esto hay que añadir que tiene una tercera trayectoria, la llamada
«precesión de los equinoccios», por la cual retrocede en el Zodiaco, pasando por los
doce signos a razón de un grado cada setenta y dos años.
Con respecto al paso anual del sol por las doce casas celestes, Robert Hewitt
Brown, del grado 32, sostiene lo siguiente: «Mientras iba siguiendo su camino entre
aquellas criaturas vivas del Zodiaco, se decía —en lenguaje alegórico— que el Sol