Page 182 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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Esperanza de la Gloria.
El cumpleaños del Sol
Los paganos establecieron el 25 de diciembre como el día del cumpleaños del Hombre
Solar. Lo celebraban, daban banquetes, se reunían en procesiones y hacían ofrendas
en los templos. Se había acabado la oscuridad del invierno y el glorioso hijo de la luz
regresaba al hemisferio norte. Con un último esfuerzo, el viejo Dios del Sol había
derribado la casa de los filisteos (los espíritus de la oscuridad) y había despejado el
camino para el nuevo sol que nacía aquel día de las profundidades de la tierra, en
medio de las bestias simbólicas del mundo inferior.
En relación con aquella época de festejos, un anónimo doctor del Balliol College
de Oxford, en su tratado erudito On Mankind, Their Origin and Destiny, dice lo
siguiente: «Los romanos también tenían su fiesta solar y sus juegos en el circo en
honor del nacimiento del dios del día. Tenía lugar el octavo día antes de las calendas
de enero, es decir, el 25 de diciembre. Servio, en su comentario al verso 720 del
séptimo libro de la Eneida, en el que Virgilio habla del nuevo sol, dice que, para ser
exactos, el sol es nuevo el octavo día de las calendas de enero, es decir, el 25 de
diciembre. En tiempos de León I (Leo, Serm. XXI, De Nativ. Dom. pág. 148), algunos
de los Padres de la Iglesia decían que “lo que volvía venerable la fiesta (de Navidad)
no era tanto el nacimiento de Jesucristo como el regreso y —ellos lo expresaban así—
el nuevo nacimiento del sol”. Era el mismo día en que se celebraba en Roma el
nacimiento del Sol Invencible (Natalis solis invicti), como se puede ver en los
calendarios romanos publicados durante el reinado de Constantino y el de Juliano
(Himno al sol, pág. 155). El epíteto “Invictus” es el mismo que los persas daban al
mismo dios, al que adoraban con el nombre de Mitra y al que hacían nacer en una
gruta (Justin. Dial. cum Tryph, pág. 305), así como los cristianos lo representan
naciendo en un establo, con el nombre de Cristo».
Con respecto a la fiesta católica de la Asunción y su analogía astronómica, el
mismo autor añade lo siguiente: «Al cabo de ocho meses, cuando la divinidad solar,
después de crecer, atraviesa el octavo signo, absorbe a la Virgen celestial en su
trayectoria ardiente y ella desaparece en medio de los rayos luminosos y la gloria de su
hijo. Este fenómeno, que se produce todos los años alrededor de mediados de agosto,
dio origen a una fiesta que sigue existiendo y en la cual se supone que la madre de
Cristo deja de lado su vida terrenal, se asocia con la gloria de su hijo y es llevada a su
lado, en los cielos. El calendario romano de Columella (CoL 1. II, cap. II, pág. 429)
señala la muerte o la desaparición de Virgo en aquel período. El sol —dice— entra en
Virgo el decimotercer día antes de las calendas de septiembre, que es cuando los
católicos colocan la fiesta de la Asunción o el reencuentro de la Virgen con su hijo.
Esta fiesta antes se llamaba “el Tránsito de María” (Beausobre, tomo I, pág. 350) y en