Page 173 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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En  la  actualidad,  para  la  persona  que  busca  la  verdad  es  el  arquetipo  de  lo  Gran

  Desconocido y solo quienes le quiten el velo serán capaces de resolver los misterios
  de la vida, la muerte, la generación y la regeneración.






  La momificación de los muertos en Egipto


  En  sus  comentarios  sobre  la  Eneida  de  Virgilio,  Servio  observa  que  «los  egipcios,

  como eran sabios, embalsamaban los cadáveres y los depositaban en catacumbas para
  poder mantener el alma durante mucho tiempo en contacto con el cuerpo, para que no
  se alejara enseguida; en cambio, los romanos, con el propósito opuesto, depositaban
  los  restos  de  sus  muertos  en  una  pira  funeraria,  con  la  intención  de  devolver  de

  inmediato la chispa vital al elemento general o a su naturaleza prístina».
       No disponemos de documentos completos que traten de la doctrina secreta de los

  egipcios con respecto a la relación entre el espíritu, o conciencia, y el cuerpo habitado.

  Resulta razonablemente cierto, no obstante, que Pitágoras, que había sido iniciado en

  los  templos  egipcios,  al  promulgar  la  doctrina  de  la  metempsicosis,  reformuló,  al
  menos en parte, las enseñanzas de los iniciados egipcios. La suposición popular de

  que  los  egipcios  momificaban  a  sus  muertos  para  conservar  la  forma  para  una

  resurrección física es insostenible a la luz de los nuevos conocimientos con respecto a

  su filosofía de la muerte. En el cuarto libro de Sobre la abstinencia, Porfirio describe
  la costumbre egipcia de purificar a los muertos mediante la extracción del contenido

  de  la  cavidad  abdominal  —lo  colocaban  en  un  arcón  aparte—  y  a  continuación

  reproduce la siguiente oración, que ha sido traducida de la lengua egipcia por Eufanto:
  «Oh, Sol soberano y todos vosotros, dioses, que dais vida a los hombres, recibidme y
  llevadme  a  convivir  con  los  dioses  eternos,  porque  siempre,  mientras  he  vivido  en
  esta época, he adorado piadosamente a las divinidades que me indicaron mis padres y

  asimismo siempre he honrado a los que engendraron mi cuerpo. Y, con respecto a los
  demás  hombres,  jamás  he  dado  muerte  a  ninguno  ni  he  estafado  a  nadie  que  me
  hubiese entregado algo ni he cometido ninguna otra atrocidad. Por consiguiente, si a
  lo largo de mi vida he actuado de forma errónea —he comido o bebido cosas que la

  ley prohíbe comer o beber—, no he errado por mí mismo, sino a través de estos», y
  señalaba el cofre que contenía las vísceras. La extirpación de los órganos identificados

  como  sedes  de  los  apetitos  se  consideraba  equivalente  a  purificar  el  cuerpo  de  sus

  influencias perniciosas.
       Los  cristianos  primitivos  interpretaban  sus  Escrituras  tan  al  pie  de  la  letra  que

  preservaban los cuerpos de sus muertos introduciéndolos en agua salada, para que, el

  día  de  la  resurrección,  el  espíritu  del  difunto  pudiera  volver  a  entrar  en  un  cuerpo
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