Page 859 - Las enseñanzas secretas de todos los tiempos
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sucesivamente. El infierno estaba dividido de la misma forma y, al igual que en el
sistema griego, representaba para el iniciado la Casa de los Misterios Menores. Las
criaturas que podían funcionar en dos o más elementos se consideraban mensajeros
entre los espíritus de aquellos planos diversos. Se suponía que la morada de los
muertos estaba en un lugar alejado: arriba en los cielos, bajo la tierra, en los confines
del mundo o allende el ancho mar. A veces corre un río entre el mundo de los muertos
y el de los vivos, como ocurre también en la teología egipcia, la griega y la cristiana.
Para los indios, el número cuatro tiene una santidad especial, se supone que porque el
Gran Espíritu creó Su universo en un marco cuadrado; esto nos recuerda la
veneración que sentían los pitagóricos por la tétrada, a la que consideraban un
símbolo apropiado del Creador. Las narraciones legendarias de las extrañas aventuras
de héroes intrépidos que, estando en su cuerpo físico, penetraban en los reinos de los
muertos demuestran sin duda la presencia de cultos mistéricos entre los pieles rojas
norteamericanos. Dondequiera que se establecieran, los Misterios se reconocían como
los equivalentes filosóficos de la muerte, porque todos los que pasaban por los
rituales experimentaban condiciones posteriores a la muerte cuando todavía
conservaban su cuerpo físico. Al consumarse el ritual, el iniciado adquiría la
capacidad de entrar y salir de su cuerpo físico a voluntad. Este es el fundamento
filosófico de las alegorías de las aventuras en la Tierra de Penumbra o el Mundo de
Fantasmas de los indios.
«De una costa a otra —escribe Hartley Burr Alexander—, el calumet sagrado es el
altar de los indios y su humo es la verdadera ofrenda al cielo». [228] En las Notas de
dicha obra aparece la siguiente descripción de la ceremonia de la pipa:
El maestro de ceremonias volvía a ponerse en pie y llenaba y encendía la pipa
de la paz con su propio fuego. Echaba tres bocanadas, una después de otra: la
primera hacia el cenit, la segunda hacia el suelo y la tercera hacia el Sol. Con la
primera daba las gracias al Gran Espíritu por haber preservado su vida durante
el año anterior y por permitirle estar presente en aquella asamblea: con la
segunda daba las gracias a su Madre, la Tierra, por los diversos productos que
habían contribuido a su sustento, y con la tercera daba las gracias al Sol por su
luz inagotable, que siempre lo iluminaba lodo.
Los indios tenían que conseguir la piedra roja para el calumet en la cantera de
arcilla roja en la que había estado el Gran Espíritu en un pasado remoto y, tras haber
creado una gran pipa con Sus propias manos, la había fumado en dirección a las