Page 372 - Dune
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tendríamos que comenzar a recoger las cosas o algo así?
—Eso se hará a su tiempo —dijo ella—. Los carniceros aún no han penetrado en
nuestro territorio.
Dudó otra vez, mirándole.
—¿Qué ocurre? —preguntó él.
—Tú no tienes los ojos de Ibad —dijo ella—. Es extraño, pero no del todo
desprovisto de atractivo.
—Ve a buscar la comida —dijo él—. Tengo hambre.
Ella le sonrió… una sonrisa de mujer maliciosa, que le inquietó.
—Soy tu sirvienta —dijo, y con un suave movimiento se volvió, alejándose con
paso ágil e inclinando la cabeza para pasar bajo un pesado cortinaje en la pared, que
reveló un estrecho corredor antes de volver a caer a su lugar.
Sintiéndose irritado consigo mismo, Paul apartó el fino cortinaje a su derecha y
entró en la estancia más grande. Permaneció un momento inmóvil, indeciso. Y se
preguntó dónde estaría Chani… Chani, que acababa de perder a su padre.
En esto somos iguales, pensó.
Un grito ululante resonó fuera, en los corredores, sofocado por los cortinajes. Se
repitió, más lejos, y luego otra vez. Paul se dio cuenta de que alguien estaba
anunciando la hora. Recordó no haber visto relojes.
El débil olor de un fuego de creosota llegó a su olfato, mezclándose con el
omnipresente hedor del sietch. Paul se dio cuenta de que ya había suprimido aquel
asalto olfativo de sus sentidos.
Y se preguntó de nuevo acerca de su madre, cuál sería su papel en aquel montaje
del futuro que apenas había entrevisto… y el de la hija que llevaba en su seno. El
mutable tiempo-consciencia parecía danzar a su alrededor. Agitó violentamente su
cabeza, concentrando su atención en las evidencias que le hablaban de la amplitud y
profundidad de aquella cultura Fremen que él apenas había empezado a absorber.
Con todas sus sutiles diferencias.
En todas las cavernas, y en aquella habitación, había observado algo que, por sí
solo, sugería unas diferencias mucho mayores que todas las que había visto hasta
entonces.
No había allí ninguna señal de detectores de veneno, ninguna indicación de su uso
en aquel hormiguero subterráneo. Y sin embargo, en el omnipresente hedor del sietch,
podía sentir los venenos… violentos unos, comunes otros.
Oyó un ruido de cortinajes, pensó que sería Harah de vuelta con la comida, y se
volvió. En su lugar, bajo una cortina apartada, vio a dos niños, quizá de nueve y diez
años, de pie y mirándole con ojos ávidos. Cada uno de ellos tenía un pequeño crys
parecido a un kindjal, y permanecían con la mano apoyada en la empuñadura.
Y Paul recordó aquellas historias relativas a los Fremen… acerca de que sus niños
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