Page 374 - Dune
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                                  Las manos se mueven, los labios se mueven…
                                  Las ideas brotan de sus palabras, ¡Y sus ojos devoran!
                                  Es una isla de autodominio.


                                                      Descripción del Manual de Muad’Dib, por la PRINCESA IRULAN



           Los tubos a fósforo en las paredes más lejanas de la caverna iluminaban la multitud
           reunida en la gran cavidad… enorme, pensó Jessica, mayor que la Sala de Asambleas

           de  su  escuela  Bene  Gesserit.  Estimó  que  habría  al  menos  cinco  mil  personas  allá
           dentro, reunidas bajo la plataforma rocosa donde estaba ella con Stilgar.
               E iban llegando más.

               El aire estaba lleno del murmullo de la gente.
               —Tu hijo ha sido despertado y convocado, Sayyadina —dijo Stilgar—. ¿Quieres

           que sea partícipe de tu decisión?
               —¿Puede él cambiar mi decisión?
               —Ciertamente, el aire con el que hablas viene de tus pulmones, pero…
               —La decisión permanece —dijo ella.

               Pero se sentía indecisa, y se preguntó si hubiera podido usar a Paul como pretexto
           para echarse atrás en su peligroso camino. Había aún una hija nonata en quien pensar.

           Lo que ponía en peligro la carne de la madre ponía en peligro la carne de la hija.
               Se acercaron hombres trayendo alfombras enrolladas, vacilando bajo su enorme
           peso, y las depositaron bajo la plataforma levantando una nube de polvo.
               Stilgar la tomó por el brazo y la condujo hacia la cavidad acústica formada por la

           pared del lado posterior a la plataforma. Le indicó un asiento de roca tallado en la
           misma cavidad.

               —La Reverenda Madre se sentará aquí, pero tú puedes sentarte y descansar hasta
           que ella llegue.
               —Prefiero estar de pie —dijo Jessica.
               Miró a los hombres desenrollando las alfombras, cubriendo con ellas el suelo de

           la plataforma, y luego a la multitud cada vez más numerosa. Ahora habría al menos
           diez mil personas en la caverna.

               Y seguían llegando más.
               Fuera en el desierto, lo sabía, el rojo anochecer estaba llegando, pero allí en la
           caverna reinaba un perpetuo crepúsculo, una gris inmensidad donde la gente se había

           reunido para verla arriesgar su vida.
               A su derecha se abrió un camino entre la multitud, y vio a Paul acercándose en
           compañía de dos niños de aspecto serio y altanero. Sus manos estaban apoyadas en la

           empuñadura de sus cuchillos, y miraban ceñudos a la gente de ambos lados.




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