Page 377 - Dune
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Del fondo de la cavidad acústica, la voz de la anciana resonó como un susurro
amplificado, áspero y penetrante:
—Chani ha vuelto de su hajra… Chani ha visto las aguas.
Una respuesta susurrante llegó de la multitud:
—Ha visto las aguas.
—Consagro a la hija de Liet como Sayyadina —sibiló la anciana.
—Es aceptada —respondió la multitud.
Paul apenas escuchaba la ceremonia, su atención estaba centrada en lo que había
oído decir acerca de su madre.
¿Si fallaba en su prueba?
Se volvió y miró a la que todos llamaban Reverenda Madre, estudiando los
enjutos rasgos de la anciana, la fantomática fijeza de sus ojos totalmente azules.
Parecía como si la más leve brisa pudiera arrastrarla consigo, pero algo en ella
sugería que podía resistir el paso de una tormenta de coriolis. De ella emanaba la
misma aura de poder que recordaba de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam
cuando le había sometido a la atroz agonía de la prueba del gom jabbar.
—Yo, la Reverenda Madre Ramallo, cuya voz habla como una multitud, os digo
esto —murmuró la anciana—: es justo que Chani sea aceptada como Sayyadina.
—Es justo —respondió la multitud.
La anciana asintió.
—Yo te doy los cielos plateados, el desierto dorado y sus brillantes rocas, los
campos verdes que veremos en ellos —dijo—. Yo doy todo esto a la Sayyadina
Chani. Y para evitar que olvide que está al servicio de todos nosotros, serán suyas las
tareas domésticas en esta Ceremonia de la Semilla. Que todo sea según la voluntad
del Shai-Hulud —alzó un brazo oscuro y reseco como un bastón, y lo dejó caer de
nuevo.
Jessica tuvo de pronto la impresión de que la ceremonia se había cerrado a su
alrededor como una corriente impetuosa, arrastrándola con rapidez sin ninguna
posibilidad de retorno, y lanzó una última ojeada al rostro perplejo de Paul,
preparándose para afrontar la prueba.
—Que se acerquen los maestros de agua —dijo Chani, con una excitación apenas
perceptible en su voz de joven-niña.
En aquel momento sintió Jessica que el peligro se condensaba a su alrededor,
notando su presencia en el repentino silencio de la multitud, en sus miradas.
El grupo de hombres se abrió camino sinuosamente a través de la gente,
avanzando en parejas. Cada pareja llevaba un pequeño saco de piel, cuyo tamaño era
tal vez el doble del de una cabeza humana. Los sacos oscilaban pesadamente.
Los dos primeros hombres depositaron su carga a los pies de Chani, en la
plataforma, y retrocedieron.
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