Page 456 - Dune
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—Esta  es  también  la  costumbre  —dijo—.  Cualquier  Fremen  tiene  derecho  a
           exigir que su voz sea escuchada en Consejo. Paul-Muad’Dib es un Fremen.
               —El bien de la tribu es lo más importante, ¿no? —preguntó Paul.

               —Todas  nuestras  decisiones  van  encaminadas  a  tal  fin  —respondió  Stilgar,
           conservando en su voz su tranquila dignidad.
               —Correcto —dijo Paul—. Entonces, ¿quién gobierna a estos hombres de nuestra

           tribu…  y  quién  gobierna  a  todos  los  hombres  y  todas  las  tribus  a  través  de  los
           instructores que hemos adiestrado en el extraño arte del combate?
               Paul  aguardó,  mirando  por  encima  de  las  innumerables  cabezas.  No  hubo

           respuesta.
               —¿Es  acaso  Stilgar  quien  gobierna  todo  esto?  Él  mismo  lo  niega.  ¿Soy  yo,
           entonces? Incluso Stilgar actúa a veces de acuerdo con mi voluntad, y los sabios, los

           más sabios entre los sabios, me escuchan y me honran en el Consejo.
               Había un tenso silencio en toda la multitud.

               —¿O es acaso mi madre? —Paul señaló a Jessica, envuelta en las negras ropas
           ceremoniales,  a  su  lado—.  Stilgar  y  los  otros  jefes  le  piden  consejo  en  cualquier
           decisión  importante.  Vosotros  lo  sabéis.  ¿Pero  acaso  una  Reverenda  Madre  dirige
           marchas a través del desierto o guía las incursiones contra los Harkonnen?

               Paul pudo ver los ceños fruncidos y las expresiones pensativas, pero oyó también
           algunos coléricos murmullos.

               Es una forma peligrosa de afrontar la situación, pensó Jessica, pero recordó el
           cilindro y lo que implicaba el mensaje que había en él. Y vio lo que pretendía Paul:
           llegar  hasta  el  fondo  de  su  incertidumbre,  erradicarla,  y  dejar  que  todo  lo  demás
           viniera por sí mismo.

               —Ningún  hombre  reconoce  a  un  jefe  sin  un  desafío  y  un  combate,  ¿no?  —
           preguntó Paul.

               —¡Es la costumbre! —gritó alguien.
               —¿Cuál  es  nuestro  objetivo?  —preguntó  Paul—.  Abatir  a  Rabban,  la  bestia
           Harkonnen, y hacer de este planeta un mundo en el cual podamos vivir nosotros y
           nuestras  familias  en  la  felicidad  y  en  la  abundancia  del  agua.  ¿Es  este  nuestro

           objetivo?
               —Las tareas difíciles exigen métodos difíciles —dijo alguien.

               —¿Acaso arrojáis vuestros cuchillos antes de la batalla? —preguntó Paul—. Os
           digo esto como un hecho, no como una bravata o un desafío: no hay ningún hombre
           aquí,  incluido  Stilgar,  que  pueda  vencerme  en  combate  singular.  El  propio  Stilgar

           admite esto. Él lo sabe, y todos vosotros también.
               De nuevo se alzaron encolerizados murmullos entre la multitud.
               —Muchos de vosotros os habéis batido conmigo en el terreno de prácticas —dijo

           Paul—.  Sabéis  que  no  es  ninguna  estúpida  bravuconería.  Digo  esto  porque  es  un




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