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                                  Y vino a ocurrir en el tercer año de la Guerra del Desierto que Paul se encontró en la
                                  Caverna de los Pájaros, bajo los tapices kiswa de un apartamento interior. Y yacía como
                                  muerto, absorto en las revelaciones del Agua de Vida, con su ser transportado más allá
                                  de las fronteras del tiempo por el veneno que da la vida. Así se hizo realidad la profecía
                                  según la cual el Lisan al-Gaib estaría a la vez muerto y vivo.

                                                            Leyendas escogidas de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN



           Chani abandonó el erg Habbanya en la penumbra que precede al alba, escuchando el

           rumor del tóptero que la había transportado desde el sur y que ahora se alejaba en
           dirección a su escondite en la inmensidad del desierto. A su alrededor, la escolta se

           mantenía a distancia, dispersándose entre las rocas en busca de posibles peligros… y
           obedeciendo  también  a  la  petición  de  la  compañera  de  Muad’Dib,  la  madre  de  su
           primogénito, que había pedido estar sola por un momento.
               ¿Por qué me ha llamado?, se preguntó. Me había dicho tantas veces que debía

           permanecer en el sur, con el pequeño Leto y Alia.
               Se envolvió más en sus ropas, dio un salto por encima de una barrera rocosa y

           comenzó  a  ascender  por  un  sendero  que  tan  sólo  alguien  entrenado  en  el  desierto
           podía reconocer en las sombras.
               Algunos guijarros rodaron bajo sus pies, pero los evitó sin apenas darse cuenta.

               La ascensión era reconfortante, librándola de los temores nacidos del silencio de
           su escolta y del hecho de que hubiera sido enviado uno de los preciosos tópteros en
           su busca. Sentía ahora aquella excitación que tan bien conocía, al pensar que muy

           pronto se reuniría con Paul-Muad’Dib, su Usul. Su nombre se había convertido en un
           grito de batalla que atravesaba el desierto: «¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib!».
           Pero para ella era otro hombre con un nombre distinto… el padre de su hijo, el tierno

           amante.
               Una figura alta se dibujó entre las rocas por encima de ella, haciéndole señas de
           que se apresurara. Avanzó más aprisa. Los pájaros del alba empezaban a alzarse en el

           cielo  lanzando  sus  reclamos.  Una  pálida  claridad  empezaba  a  diseñarse  en  el
           horizonte, por el este.
               La  figura  sobre  ella  no  era  uno  de  los  hombres  de  su  escolta.  ¿Otheym?,  se

           preguntó, observando la familiaridad de sus movimientos y ademanes. Se reunió con
           él, reconociendo a la luz del alba las alargadas y planas facciones del lugarteniente
           Fedaykin, su capucha abierta y el filtro bucal precariamente asegurado, como se hacia

           cuando se salía al exterior tan sólo un instante.
               —Aprisa  —susurró,  precediéndola  a  lo  largo  de  la  escarpadura  hacia  la  oculta
           caverna—. Dentro de poco será de día. —Mantuvo abierto para ella el sello de la

           puerta—. Los Harkonnen están desesperados y han enviado gran número de patrullas



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