Page 467 - Dune
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Y vino a ocurrir en el tercer año de la Guerra del Desierto que Paul se encontró en la
Caverna de los Pájaros, bajo los tapices kiswa de un apartamento interior. Y yacía como
muerto, absorto en las revelaciones del Agua de Vida, con su ser transportado más allá
de las fronteras del tiempo por el veneno que da la vida. Así se hizo realidad la profecía
según la cual el Lisan al-Gaib estaría a la vez muerto y vivo.
Leyendas escogidas de Arrakis, por la PRINCESA IRULAN
Chani abandonó el erg Habbanya en la penumbra que precede al alba, escuchando el
rumor del tóptero que la había transportado desde el sur y que ahora se alejaba en
dirección a su escondite en la inmensidad del desierto. A su alrededor, la escolta se
mantenía a distancia, dispersándose entre las rocas en busca de posibles peligros… y
obedeciendo también a la petición de la compañera de Muad’Dib, la madre de su
primogénito, que había pedido estar sola por un momento.
¿Por qué me ha llamado?, se preguntó. Me había dicho tantas veces que debía
permanecer en el sur, con el pequeño Leto y Alia.
Se envolvió más en sus ropas, dio un salto por encima de una barrera rocosa y
comenzó a ascender por un sendero que tan sólo alguien entrenado en el desierto
podía reconocer en las sombras.
Algunos guijarros rodaron bajo sus pies, pero los evitó sin apenas darse cuenta.
La ascensión era reconfortante, librándola de los temores nacidos del silencio de
su escolta y del hecho de que hubiera sido enviado uno de los preciosos tópteros en
su busca. Sentía ahora aquella excitación que tan bien conocía, al pensar que muy
pronto se reuniría con Paul-Muad’Dib, su Usul. Su nombre se había convertido en un
grito de batalla que atravesaba el desierto: «¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib!».
Pero para ella era otro hombre con un nombre distinto… el padre de su hijo, el tierno
amante.
Una figura alta se dibujó entre las rocas por encima de ella, haciéndole señas de
que se apresurara. Avanzó más aprisa. Los pájaros del alba empezaban a alzarse en el
cielo lanzando sus reclamos. Una pálida claridad empezaba a diseñarse en el
horizonte, por el este.
La figura sobre ella no era uno de los hombres de su escolta. ¿Otheym?, se
preguntó, observando la familiaridad de sus movimientos y ademanes. Se reunió con
él, reconociendo a la luz del alba las alargadas y planas facciones del lugarteniente
Fedaykin, su capucha abierta y el filtro bucal precariamente asegurado, como se hacia
cuando se salía al exterior tan sólo un instante.
—Aprisa —susurró, precediéndola a lo largo de la escarpadura hacia la oculta
caverna—. Dentro de poco será de día. —Mantuvo abierto para ella el sello de la
puerta—. Los Harkonnen están desesperados y han enviado gran número de patrullas
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