Page 463 - Dune
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—Uno de los momentos más terribles en la vida de un muchacho —dijo Paul—
           es cuando descubre que su padre y su madre son seres humanos que comparten un
           amor en el cual nunca podrá participar. Es una pérdida, pero también un despertar, la

           constatación de que el mundo está aquí y allí y que uno ya no está solo. Ese momento
           lleva consigo su propia verdad, y uno no puede evadirse de ella. He oído a mi padre
           cuando hablaba de mi madre. Ella no nos traicionó, Gurney.

               Jessica encontró finalmente su voz.
               —Gurney,  suéltame  —dijo.  No  había  ningún  tono  de  mando  en  sus  palabras,
           ningún truco para jugar con su debilidad, pero el brazo de Gurney la soltó y cayó.

           Avanzó hacia Paul, deteniéndose frente a él, sin tocarle.
               —Paul —dijo—, hay otros despertares en este universo. De pronto me he dado
           cuenta  de  hasta  qué  punto  te  he  manipulado,  transformado  para  hacerte  seguir  el

           camino  que  yo  había  elegido  para  ti…  que  yo  debía  elegir,  si  esto  sirve  como
           justificación, a causa de mi educación. —Tragó saliva, intentando deshacer el nudo

           que se había formado en su garganta, y miró fijamente a los ojos de su hijo—. Paul…
           quiero que hagas algo por mí: elige el camino de tu felicidad. Cásate con tu mujer del
           desierto si este es tu deseo. Desafía a quien sea para ello, no te importe lo que hagas.
           Pero elige tu propio camino. Yo…

               Se interrumpió al oír el débil sonido de un murmullo a sus espaldas.
               ¡Gurney!

               Vio  los  ojos  de  Paul  mirando  directamente  tras  ella.  Se  volvió.  Gurney
           permanecía en la misma posición, pero había enfundado su cuchillo y había abierto
           sus ropas, mostrando su pecho enfundado en el gris destiltraje de reglamento, el tipo
           que fabricaban los contrabandistas para circular por las madrigueras de sus sietch.

               —Clava  tu  cuchillo  aquí  en  mi  pecho  —murmuró  Gurney—.  Mátame,  y
           terminemos  así  con  esto.  He  mancillado  mi  nombre.  ¡He  traicionado  a  mi  propio

           Duque! El mejor…
               —¡Ya basta! —dijo Paul.
               Gurney le miró fijamente.
               —Cierra esas ropas y deja de actuar como un idiota —dijo Paul—. Ya he oído

           bastantes estupideces para un solo día.
               —¡Mátame te digo! —rugió Gurney.

               —Me  conoces  ya  lo  suficiente  —dijo  Paul—.  ¿Por  qué  clase  de  imbécil  me
           tomas? ¿Deben comportarse así todos los hombres a los que necesito?
               Gurney  miró  a  Jessica,  y  habló  con  una  voz  lejana,  con  un  tono  de  súplica

           desconocido en él.
               —Entonces vos, mi Dama, por favor… matadme vos.
               Jessica se le acercó, colocando las manos en sus hombros.

               —Gurney, ¿por qué insistes en que los Atreides matemos a aquellos que nos son




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