Page 464 - Dune
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queridos? —Suavemente, le quitó de las manos los cierres de su ropa y se la cerró
           sobre su pecho.
               —Pero… yo… —Gurney habló sollozante.

               —Estabas convencido de que actuabas por Leto —dijo ella—, y te doy las gracias
           por ello.
               —Mi Dama —dijo Gurney. Inclinó la cabeza y cerró sus párpados para retener las

           lágrimas.
               —Consideremos todo esto como un malentendido entre viejos amigos —dijo ella,
           y Paul oyó los suaves tonos tranquilizadores de su voz—. Ya ha terminado, y demos

           gracias de que nunca más habrá malentendidos entre nosotros.
               Gurney abrió sus ojos, húmedos, y la miró.
               —El Gurney Halleck que conocía era un hombre tan hábil al arma blanca como al

           baliset —dijo Jessica—. Era el hombre cuyo baliset yo admiraba más. ¿Tal vez este
           Gurney Halleck recuerda aún cómo me gustaba escucharle cuando tocaba para mí?

           ¿Tienes aún un baliset, Gurney?
               —Tengo  uno  nuevo  —dijo  Gurney—.  Traido  de  Chusuk,  un  instrumento  muy
           suave. Suena casi como un Varota genuino aunque no está firmado. Creo que debió
           ser fabricado por un alumno de Varota que… —se interrumpió—. ¿Pero qué estoy

           diciendo, mi Dama? Estamos aquí perdiendo el tiempo charlando de…
               —No perdemos el tiempo, Gurney —dijo Paul. Avanzó hasta colocarse al lado de

           su madre, frente a Halleck—. No perdemos el tiempo charlando, sino que estamos
           hablando de algo que trae la felicidad a un grupo de amigos. Quisiera que tocaras
           algo para ella, ahora. Los planes de batalla pueden aguardar un poco. En cualquier
           caso, no vamos a combatir antes de mañana.

               —Yo…  voy  a  buscar  mi  baliset  —dijo  Gurney—.  Está  en  el  corredor  —pasó
           junto a ellos y desapareció tras los cortinajes.

               Paul apoyó una mano en el brazo de su madre, y notó que temblaba.
               —Ya ha terminado todo, madre —dijo.
               Sin volver la cabeza, ella le miró con el rabillo del ojo.
               —¿Terminado?

               —Por supuesto. Gurney…
               —¿Gurney? Oh… sí —bajó los ojos.

               Gurney apareció entre un roce de cortinajes con su baliset. Empezó a afinarlo,
           evitando sus miradas. Los tapices en las paredes y los cortinajes ahogaban los ecos,
           haciendo que el baliset sonara más suave e íntimo.

               Paul condujo a su madre hasta un almohadón, haciéndola sentarse con la espalda
           vuelta a los tapices de la pared.
               Se sintió repentinamente impresionado por la edad que se leía en su rostro, donde

           el desierto había surcado ya sus primeras resecas arrugas, las primeras líneas en los




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